Marcos escribió su evangelio para cristianos de origen pagano, que sabían muy poco de costumbres judías. Pero aun esos cristianos, al escuchar el relato de hoy, tuvieron que captar que, desde el punto de vista del Antiguo Testamento, Jesús había sido claramente un “transgresor”, que se hizo impuro al tocar al leproso que pedía ser curado. El que la Ley está al servicio del hombre y que Jesús nos ha liberado del miedo a la Ley, fue un punto central en la controversia que casi destruyó a la primera comunidad cristiana cuando la Buena Noticia llegó a los no judíos. En su carta a los Gálatas, Pablo, el mayor defensor de nuestra libertad, se emplea fondo con su argumentación: “El Mesías nos rescató de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros un maldito, pues dice la Escritura: ´´Maldito todo el que cuelga de un palo´´”. Así es que cuando leo el evangelio de este domingo, lo primero que me viene a la mente es la libertad que muestra Jesús cuando ayuda o defiende a la gente, en especial a los condenados a vivir como marginales. Ahora bien: esa libertad que Jesús también quiere para nosotros, ¿estamos dispuestos a asumirla? ¿No es acaso verdad que nos da miedo porque hace que seamos responsables de nuestras acciones, sin que podamos justificar nuestro miedo y cobardía apelando a leyes y tradiciones?
Este año, sin embargo, las palabras que Emmanuel Carrère atribuye en su libro “El Reino” a Jean Vanier, de la Comunidad del Arca, me han ayudado a descubrir otro punto importante en el gesto de Jesús con el leproso: “Los seguidores de Vanier cuidan de sus enfermos las veinticuatro horas del día, no pueden razonar con ellos y saben que nunca los van a curar. «Pero [son las palabras de Vanier] puedes tocarle. Puedes lavarle el cuerpo. Es lo que Jesús nos enseñó a hacer el Jueves Santo». Continua Vanier relatando el caso de Eric, su primer enfermo: «A Eric no le curará que le toquen y que le laven, pero no hay nada más importante para él y para quien lo hace. Para quien lo hace: es el gran secreto del Evangelio». Y esto es precisamente lo que leemos en el Evangelio de este domingo: “Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó”.
Cierto que cada región, país o continente tiene sus «gentes del Sur», soleadas y exuberantes, y sus «gentes del Norte», tranquilas e íntimas. No se abrazan ni saludan todos de la misma manera. Jesús,-conviene recordarlo a menudo-, fue un mediterráneo. No es necesario que imitemos su acento galileo, su manera de vestir o sus gestos concretos. Pero sí que deben inspirarnos. Jesús “Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó”. ¿Y nosotros?