Isaías 6,1-2a.3-8 — 1 Corintios 15,1-11 — Lucas 5,1-11
“El asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él… Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron”. (Lucas 5,11). “Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él” (Marcos 1:19; Mateo 4,19). Una vez más, al observar a Jesús y transmitirnos su vida y sus obras, cada evangelista lo hace a su manera, desde diferentes puntos de vista, que no siempre coinciden. Lo que suele llamar la atención de Marcos es la personalidad de Jesús, tan fuerte y atractiva que los hijos de Zebedeo solo pueden seguirle, y los demonios obedecerle. En cuanto al punto de vista de Lucas, que narró en su obra el increíble camino de la pequeña y vulnerable comunidad cristiana desde Galilea a Jerusalén y a Roma, dos cosas me llaman la atención.
En primer lugar, la misión, aparentemente imposible, confiada a Pedro y a sus colegas: ir a pescar donde creían que no había peces y, lo que era aún más difícil para aquellos galileos sencillos, hacerse «pescadores de hombres». Según la tradición, Pedro habría muerto en Roma. Al leer en los Hechos su papel decisivo en la aceptación por parte de la comunidad del universalismo defendido por Pablo, corremos el riesgo de olvidar que en realidad ni él ni Pablo experimentaron la rápida expansión de la Iglesia que tuvo lugar a partir del siglo II. Todavía en el tiempo en que murió Pedro, las autoridades romanas veían en los cristianos a un grupo de judíos, quizás un poco más loco. En ese contexto, la confianza de Pedro en Jesús, “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”, nos parece al mismo tiempo extraordinaria y ejemplar. Ejemplar porque continuará viva hasta la misma ejecución de Pedro en Roma. Ejemplar también porque Pedro la vivirá tan humanamente como nosotros, acompañada de momentos de incomprensión, debilidad e incluso traición. Hoy nuestra comunidad cristiana (término más inclusivo que el de «Iglesia», que en su uso habitual evoca sobre todo la «jerarquía»), está viviendo un momento decisivo: habiendo recuperado (¡gracias a Dios y a pesar de ella!) su pequeñez, su debilidad y su vulnerabilidad, tiene que responder a la llamada de Jesús que la envía, tal como es, a una misión, la de «pescar a los hombres», para acompañarlos aquí y ahora, en esta encrucijada tan decisiva de nuestra historia humana que estamos viviendo.
Texto completo: 5ºOrdinario-C-Echeverría