Isaías 7,10-14 — Romanos 1,1-7 — Mateo 1,18-24
Antes de meditar el Evangelio de hoy conviene recordar que Mateo, su autor, lo escribió para una comunidad cristiana mayoritariamente judía que vivía en un mundo muy diferente del nuestro y con una mentalidad que a menudo nos es difícil comprender y aceptar. Así por ejemplo para Mateo María es importante, necesaria para el nacimiento de Jesús. Pero José su esposo lo es aún más. A través de él Jesús es un descendiente de David y heredero de las promesas que éste ha recibido. El que María sea virgen no es un problema para Mateo puesto que Dios tiene poder para que una virgen se quede embarazada. Poder que la mentalidad antigua de la época también atribuía a Satanás. Y todavía hay parejas musulmanas, que, para expulsarlo de la cámara nupcial y evitar que interfiera en una posible concepción, utilizan exorcismos similares a los empleados por Tobías antes de acostarse con Sarra en el capítulo 8 del libro bíblico de Tobías.
Dicho esto, ¿cómo la figura de José, con quien “la madre de Jesús estaba desposada”, puede inspirarnos y también cuestionarnos?
«José, su esposo, que era hombre recto y no quería denunciarla”. Según las costumbres de la época, habría debido hacerlo. En nuestros días y en nuestro lugar José no habría tenido por qué preocuparse: en Francia en el año 2015, el 57,9% de los nacimientos tuvieron lugar fuera del matrimonio. Para la mayoría de la gente eso no es un problema. Pero y si fuera un ladrón, ¿deberíamos denunciarlo públicamente? ¿Puede existir una “justicia misericordiosa”?
Según el evangelio de hoy José es a su manera un pionero de la justicia “cristiana” que quiere imitar a la justicia de Dios. Según San Pablo, Dios es “Justo” porque nos justifica gratuitamente, misericordiosamente, sin ningún mérito por nuestra parte. Nos coloca en el camino de la justicia para que podamos caminar por él sin que nos detengan ni el peso ni las cadenas de nuestra culpabilidad. ¿Pero puede darse entre los hombre una “justicia misericordiosa” como la de Dios? De vez en cuando algunos gobiernos han dispuesto que las cárceles fueran centros que preparasen a los presos para una futura reintegración social. Los resultados han sido insatisfactorios. Ni los presos, ni las víctimas ni las instituciones estaban preparadas para ello. Y sin embargo la historia de José en el evangelio de hoy nos cuestiona: ¿Estoy yo dispuesto a imitar a Jesús, —“Perdónales porque no saben lo que hacen”–, y a hacer que mi misericordia vivifique mi justicia?
No solamente José me cuestiona, sino que también me inspira la historia en la que él interviene. Se diría que los humanos necesitamos tener ídolos en todos los ámbitos de nuestra vida social: deporte, música, compromiso social, religión… Así que nos apropiamos de algunos personajes y los remodelamos a la medida de nuestros sueños e ideales. Tienen tendencia a parecer inhumanos puesto que rara vez les atribuimos las imperfecciones, debilidades, dudas, fracasos y culpabilidades sin las cuales la nuestra no sería una humanidad auténtica. Por otra parte José, San José, con sus dudas y vacilaciones, nos invita a releer la Biblia: la historia de Abraham, que temiendo por su vida deja a su mujer en manos del Faraón; las intrigas en la época de David; los salmos que dan gracias a Dios porque mató a los primogénitos de los egipcios… Y más adelante las envidias entre los seguidores de Jesús que buscaban el poder, o los conflictos entre Pablo y Marcos que les llevarían a separarse. Y es que Dios, el Padre de Jesús, busca como socios no a ídolos creados por el hombre y que sólo existen en nuestra imaginación, sino a hombres y a mujeres realmente humanos, a mí, a vosotros. Para construir un mundo mejor Dios nos modela tal como somos y no como nos gustaría ser. Y tal como somos, aquí y ahora, quiere que seamos pioneros del mundo futuro.
En este último domingo de Adviento, con la Navidad ya cerca, la figura de José nos recuerda que Jesús está entre nosotros para impartir la esperanza en un mundo real y no en un mundo imaginario.
Ramón Echeverría, mafr