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3er Domingo de Cuaresma A


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Éxodo 17,3-7   —   Romanos 5,1-2.5-8   —   Juan 4,5-42

 

El encuentro entre Jesús y la Samaritana es sin duda uno de los más bellos y comentados de los textos evangélicos. ¡Espero que en la misa lo lean por entero y no es su versión corta! De esa samaritana anónima, siempre he apreciado su desenvoltura, que parece haber sorprendido a los discípulos de Jesús. Me recuerda a esas mujeres que en Túnez llaman «hijas de Bourguiba”: Estudiantes en el momento de la independencia, siguen siendo mujeres libres, sin complejos, de mucha iniciativa. Mujeres liberadas, también las he encontrado en Kenia y Tanzania. No es que tengan que estar viviendo con su quinto marido, pero la maternidad ha sido para ellas más importante que una relación estable. Y como las «mama-bentz», las famosas comerciantes de África del Oeste, se han adaptado a los cambios sociales mucho más rápidamente que los hombres. De Jesús tal como aparece en el Evangelio de Juan, aquí y en otras historias, como la de Nicodemo por ejemplo, me gusta su capacidad de ir al fondo de las cosas, de ponernos frente a nuestra propia verdad sin necesidad de herirnos, de hacer que encontrarle sea para nosotros ocasión de crisis de crecimiento…

Dicho esto, es cierto que con el pasar de los años las gafas con las que leo el Evangelio, es decir mis intereses personales y mis preocupaciones, la sociedad en la que vivo y mi entorno más cercano, han cambiado el color. Hoy, lo primero que me llama la atención y me atrae en el evangelio de este domingo son dos pequeñas frases, una al principio del texto, otra casi al final. «Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial». «Mientras tanto, los discípulos le insistían: «Maestro, come´´». Reflejan el ambiente cotidiano, habitual, en el que tiene lugar el encuentro entre Jesús y la Samaritana. ¿Cuál es entonces el color de mis gafas? ¿Acaso Jesús me invita a cambiarlas como lo hizo con las que llevaba la Samaritana a su llegada al pozo de Jacob?

No es difícil describir mis “gafas”. Estoy convencido de que la gente que me rodea necesita realmente la esperanza que Jesús nos aporta. Y de que en nuestro mundo cada vez más post-religioso, el encuentro con Jesucristo debe tener lugar principalmente en nuestros lugares de trabajo, en nuestros hogares, en los momentos de relajo… Leyendo los evangelios con esas gafas me doy cuenta de que por muy “religioso” que fuera el mundo de Jesús, rara vez sus encuentros interpersonales tuvieron lugar en lugares de culto. Y saco la conclusión que a nosotros, los cristianos, nuestro “culto” puede distraernos y hacernos olvidar que lo cotidiano de nuestra vida ordinaria sigue siendo el lugar privilegiado de nuestros encuentros con Jesús.

Hay sin embargo una frase de Jesús que parece cuestionar mi enfoque, mis gafas y mis conclusiones aparentemente claras e incuestionables: «los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad». El encuentro había comenzado junto al manantial. Las diferencias culturales se hicieron enseguida diferencias de culto: “¿Dónde hay que adorar, en nuestra montaña o en vuestro templo?”. Y la respuesta de Jesús: «Ni en esta montaña ni en Jerusalén, «los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad». Poco importan la montaña o el templo, el lugar de trabajo o el hogar… lo que cuenta es la actitud de adoración vivida dondequiera nos encontremos en espíritu y verdad.

Era demasiado fácil eso de reservar un lugar y un tiempo para la adoración. O, en mi caso, reservar media hora temprana para mi «oración». ¡Dondequiera que estemos y en espíritu y verdad! Lo cual hace que sean superfluas tantas preguntas: «¿Cuál es la relación del cristiano con la política?” “¿Qué hacer con nuestros signos religiosos externos?” ¿»Es necesario luchar para que nuestras instituciones religiosas sigan siendo visibles?”

Preguntas interesantes tal vez, especialmente para nuestros representantes políticos y religiosos. Con tal de que no nos distraigan de lo esencial: «los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad».

 

Ramón Echeverría, mafr


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