En el marco limitado de una presentación como ésta, no es posible seguir en detalle todo el curso de la actividad misionera de Lavigerie, en Argel, Túnez y África ecuatorial -sin olvidar Jerusalén. Sin embargo, intentaremos identificar las principales orientaciones y etapas de estos 25 años de ministerio episcopal y misionero.
A) Un camino trazado desde el principio – No podemos presentar mejor la visión que inspiró a Lavigerie desde el momento de su toma de posesión que leyendo atentamente su primera carta pastoral dirigida a su clero. En ella afirma explícitamente que tiene la intención de servir a todos, a los cristianos, pero también a los musulmanes de su diócesis. Además, poco después, en el seminario mayor de Argel hará saber que no ordenará a ningún nuevo sacerdote que no sepa hablar árabe. En la misma carta pastoral, confiesa que su mirada se dirige desde Argel a las inmensas tierras desconocidas del África subsahariana a donde le gustaría poder llevar la Buena Noticia de Jesús.
Como para confirmar esta perspectiva, y tras su nombramiento, solicitó -y obtuvo- de la Santa Sede el título de Delegado Apostólico para el Sahara y Sudán. Podemos decir que, desde su llegada a Argel, existía en Mons. Lavigerie un deseo misionero. He aquí, por ejemplo, un pasaje significativo: “Difundid en nuestro alrededor las verdaderas luces de una civilización de la que el Evangelio es fuente y ley, llevadlas más allá del desierto, al centro de este inmenso continente todavía sumido en la barbarie, conectando así el África del norte y el Africa central con la vida de los pueblos cristianos, tal está en los planes de Dios nuestro destino providencial…”
B) Apóstol de los pobres y fundador – En los primeros meses de su ministerio en Argel, el nuevo arzobispo se encontró ante una situación dramática: la terrible hambruna que azotó a las poblaciones rurales de Argelia. Tres años sin cosechas; hambrunas y graves epidemias, provocadas por la desnutrición, habían sumido a la población argelina en una situación gravísima. A partir de 1867, y en pocas semanas, Lavigerie organizó un importante servicio de asistencia a nivel diocesano para acoger a huérfanos y a niños abandonados, llegando a dar cobijo a más de mil de ellos.
Esta será su primera gran empresa en África que revelará su talento como organizador, pero también su coraje para movilizar energías y combatir las reticencias del Gobierno francés en Argel, que intentaba ocultar la magnitud de la catástrofe. Es en el marco de esta situación de emergencia que iniciará la fundación de dos institutos misioneros, el de los Misioneros de África y el de las hermanas Misioneras de nuestra Señora de Africa.
La necesidad de personal con una formación específica para cuidar y educar a sus pequeños huérfanos árabes, tan diferentes culturalmente de los niños europeos, desencadenará el proceso de fundación de los institutos misioneros. Aunque sabemos que Lavigerie había previsto desde hacía tiempo reunir a hombres y mujeres para esta gran misión que quería emprender para el África subsahariana.
En diciembre de 1867, algunos voluntarios del seminario mayor, sin haber sido llamados, se ofrecieron a él. Le dijeron que estaban disponibles para la misión por los árabes, y él vio esto como una señal de Dios. Inmediatamente lanzó un llamamiento a los seminarios de Francia y, el 19 de octubre de 1868, se inauguró en Argel un primer noviciado para la misión, con una decena de candidatos, bajo la dirección de un padre jesuita, el P. Vincent. Es el comienzo de la Sociedad de Misioneros de África.
Cuando estos novicios aparecieron por primera vez con su nuevo hábito, adaptado en todo a la cultura árabe, fueron acogidos entre los huérfanos con expresiones de alegría difíciles de describir, prueba de que ese atuendo era el que convenía a los misioneros. En este primer grupo hay en particular dos personalidades que desempeñarán un papel fundamental en la organización del Instituto: los Padres Deguerry y Charmetant.
La fundación de las Hermanas será más incierta en su marcha. En su proyecto, Mons. Lavigerie consideraba indispensable la presencia de mujeres consagradas al campo de la misión: Los Misioneros […] no pueden, por prejuicios, mantener un contacto estrecho con las mujeres indígenas para instruirlas… Sin embargo, lo que los hombres no pueden, las mujeres sí. Las acogen con facilidad, incluso con alegría… […] Este apostolado, de hecho, no se limita a las mujeres. La mujer está en el origen de todo, ya que es la madre. Sus hijos son lo que ella hace de ellos. Deposita en sus almas semillas que nada destruye y que germinan a pesar de todas las fuerzas contrarias. Así, poco a poco, a través de la mujer tenemos la familia, y a través de la familia, la sociedad. Por mi parte, quiero promover eficazmente el apostolado de las Hermanas, en mi opinión más importante, repito, que el de los propios hombres entre la gente de nuestra África (MA.55- 57).
Sin embargo, en varias ocasiones, Lavigerie dudó sobre la verdadera vocación de este instituto, y sólo hacia 1886 la congregación encontró finalmente su verdadero perfil, en particular gracias a la Madre MaríaSalomé.
Los primeros padres, por su parte, participaron muy rápidamente en la supervisión de los huérfanos y aseguraron la continuidad de la obra durante el difícil período de 1870-1871, cuando la agitación política en Argelia y la falta de ayuda financiera puso en peligro repetidamente la existencia misma de las obras de Lavigerie.
C) Primer campo misionero: Argelia y Sahara – Es a partir del año 1872-1873 cuando la obra misionera de Lavigerie despega realmente. Dos grandes pueblos cristianos acogen a huérfanos que no pueden o no quieren volver a casa. Al mismo tiempo, se fundan algunos puestos misioneros en Cabilia, mientras se pone en marcha el proyecto de crear nuevos puestos de misión cruzando el Sahara con las sucesivas fundaciones de Laghouat, Biskra y Géryville (El-Bayadh).
El reclutamiento de misioneros progresó poco a poco, principalmente en Francia al principio, y en 1874 Lavigerie dio un doble paso importante a esta fundación: hizo redactar un proyecto de Constituciones bastante elaborado y convocó un Capítulo General, el primero en la historia de los Padres Blancos y fue nombrado el primer Superior general, el P. Francisque Deguerry.
Dos lugares importantes se convertían poco a poco en lugares de fundación: la gran basílica de Nuestra Señora de África, finalmente terminada y consagrada, y la Maison Carrée que alberga el Consejo general y el noviciado. En el marco de estos primeros años de misión en Argelia que Mons. Lavigerie perfila, y luego especifica cada vez más claramente las dobles directrices que marcarán definitivamente sus institutos: las que atañen a la vida misma de sus miembros y las relativas al apostolado.
Para la vida personal de sus misioneros, Lavigerie propone dos exigencias fundamentales: un compromiso interior sin medias tintas, basado en una entrega total y diaria de sí mismo, y una vida comunitaria profundamente fraterna. La vida comunitaria es tanto un signo de unidad de corazón entre los miembros como un apoyo esencial para vivir fielmente los compromisos asumidos.
El apostolado, por su parte, debe estar inspirado por un amor profundo y ardiente al pueblo al que se es enviado. Y se manifestará a través del respeto a las personas, la paciencia y la perseverancia inquebrantable para continuar el apostolado, incluso cuando el trabajo alcance muy pocos resultados aparentes. Lavigerie mencionará en varias ocasiones el “hacerse todo a todos” de San Pablo para ilustrar este compromiso sin vuelta atrás. Y la señal de este amor es el esfuerzo permanente del misionero por vivir lo más cerca posible del pueblo: adopta su forma de vestir, aprende el idioma hasta el punto de hablarlo lo más perfectamente posible, y se prohíbe todas las fantasías y distracciones que con demasiada facilidad nos permitirían escapar del trabajo verdaderamente apostólico.