Vivimos inmersos en “el presentismo”. No queremos saber nada del pasado ni del futuro, lo que nos importa es poder disfrutar el momento fugaz que la muerte puede arrebatarnos en cualquier momento, tal como ha venido a recordarnos la pandemia del coronavirus. La muerte, según Heidegger, representa la última de nuestras posibilidades humanas, pero una posibilidad tan cierta que nadie puede eludir. “Mors certa, hora incerta” decían los antiguos. Por esta razón la muerte en nuestra cultura es vista como un elemento perturbador que nos intranquiliza y tratamos, como sea, de librarnos de ella ocultándola, hacemos como si no existiera, como el niño que piensa que cerrando los ojos desaparece cualquier cosa que nos incomoda.
Nada más nacer hemos emprendido la marcha hacia la muerte y cualquier edad es buena para que este acontecimiento se produzca, porque en realidad la muerte viene a ser una parte inseparable de la vida, y todo lo que nos sucede viene a ser parte del mismo guión, que ya está diseñado. Si al menos los hombres pudiéramos decidir cuándo y cómo queremos morir… ¿Por qué, Señor, no nos dejas elegir al menos la fecha y las circunstancias de nuestra muerte? Pero bien pensado, mejor dejarlo todo en tus manos y decir con Jorge Manrique: “Consiento en mi morir/ con voluntad placentera/ clara y pura/ que querer hombre vivir/ Cuando Dios quiere que muera / es locura.
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El culto a los muertos de una forma o de otra es una de las tradiciones más arraigadas, que con el paso del tiempo no ha perdido fuerza, a pesar de que la celebración de Halloween, pagana y carnavalesca, intenta abrirse camino y desplazarla, pero la realidad es que por el 2 de noviembre todos los hombres y mujeres de cualquier clase condición o creencia sienten como un deber familiar, por encima de cualquier otra consideración, honrar a sus muertos. El Halloween, como mucho, podrá distraernos con una representación macabra y espectral de la muerte, llena de mal gusto, pero lo cierto es que nunca podrá desposeer a la festividad de los fieles difuntos de su sentido trascendente. Ciertamente en nuestra cultura hay muchos tabúes entre ellos el de la muerte y la mejor forma de desmitificarla es reducirla a su verdadero significado. “Morir solo es morir, dice en su bello poema J. L. Martín Descalzo, morir se acaba. /Morir es una hoguera fugitiva. /Es cruzar una puerta a la deriva/ y encontrar lo que tanto se buscaba”.
Lo que separa al cielo de la tierra , no es un abismo sino un puente y lo que nosotros llamamos muerte no es otra cosa que el tránsito de una ribera a otra.