Cae la tarde en París Congo, uno de los barrios populares de Yamena, capital de la República de Chad. Una multitud se agolpa en la intersección de la Avenida Ave Mobutu y el seco canal convertido en vertedero que atraviesa el barrio. Hace un momento, un muchacho empujaba un carro de dos ruedas con el que transportaba un viejo ordenador con su pantalla. Ahora le está conectando los cables de sonido. Dos desvencijados altavoces situados estratégicamente delimitan la pista de baile a la vez que escupen hip-hop africano a todo volumen.
La adrenalina de los bailarines delata su procedencia. Entre cada canción, A se acerca a B con gesto desafiante y le golpea la cabeza con la mano abierta. B se gira y devuelve la embestida en la cabeza de C, continuando una rueda que solo se detiene con el inicio de la siguiente canción. Aleva Ndavogo Jude no interviene, él sabe cómo funciona porque ha sido uno de ellos. Es la lucha por el estatus, la ley de la calle, reconocible por quien se ha criado entre chicos en un barrio o un pueblo de cualquier lugar del mundo. La diferencia estriba en que para estos muchachos el desafío no termina cuando vuelven a casa, porque ellos no la tienen.