Poitier deslumbró a Hollywood con su gracia en la pantalla y su rentabilidad. Sus papeles cambiaron para siempre la imagen de los negros, que entonces eran representados principalmente como criados, bufones o delincuentes.
En el verano de 1967, Martin Luther King Jr. presentó al principal orador del banquete del décimo aniversario de la Conferencia de Liderazgo Cristiano del Sur. Su invitado, dijo, era su “hermano del alma”.
“Se ha labrado un hueco imperecedero en los anales de la historia de nuestra nación”, dijo King a la audiencia de 2 000 delegados. “Le considero un amigo. Le considero un gran amigo de la humanidad”.
Ese hombre era Sidney Poitier.
Poitier, que murió el 7 de enero de 2022 a los 94 años, rompió el molde de lo que podía ser un actor negro en Hollywood. Antes de la década de 1950, los personajes negros del cine reflejaban generalmente estereotipos racistas, como sirvientes perezosos y mamás rollizas. Entonces llegó Poitier, el único hombre negro que consiguió sistemáticamente papeles protagonistas en grandes películas desde finales de los años 50 hasta finales de los 60. Al igual que King, Poitier proyectaba ideales de respetabilidad e integridad. Atrajo no sólo la lealtad de los afroamericanos, sino también la buena voluntad de los liberales blancos.
En mi biografía sobre él, titulada Sidney Poitier: Hombre, Actor, Icono, traté de captar toda su vida, incluyendo su increíble trayectoria de éxito, su chispeante vitalidad en la pantalla, sus triunfos y debilidades personales y su intento de estar a la altura de los valores establecidos por sus padres bahameños. Pero el aspecto más fascinante de la carrera de Poitier, para mí, fue su simbolismo político y racial. En muchos sentidos, su vida en la pantalla se entrelazó con la del movimiento por los derechos civiles, y con la del propio King.