Anthony Baladong 20161225_015527
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Santa María, Madre de Dios

Números 6, 22-27   —   Gálatas 4, 4-7   —   Lucas 2, 16-21
Seguramente que quienes prepararon en La Marsa el bautismo de sus hijos recuerdan todavía «El profeta», del cristiano libanés Khalil Gibran: “Vuestros hijos no son hijos vuestros. Son los hijos y las hijas de la vida, deseosa de misma […] Y no os pertenecen. […] Vosotros sois el arco desde el que vuestros hijos, como flechas vivientes, son impulsados hacia delante […] Dejad, alegremente, que la mano del Arquero os doblegue. Porque, así como Él ama la flecha que vuela, así ama también el arco, que es estable”.
Ese texto me ha venido a la mente con ocasión de la fiesta de «María Madre de Dios». Y he notado que al texto de Khalil Gibran le faltaba algo importante: no solo el Arquero ama su arco, sino que además si quiere disparar su flecha ¡no puede hacerlo sin él! Ciertamente, Jesús, el hijo de María, no es propiedad de su madre. ¿Si no, cómo podría él ser ese «Hombre universal» que nos conduce hacia a la infinidad de Dios? Pero de entrada, para nacer como “Hombre Universal”, Jesús depende enteramente de María, de su consentimiento.
Sobre esto dos puntos han llamado mi atención.
En primer lugar el lenguaje del corazón hecho de metáforas expresa nuestra vivencia cristiana mucho mejor que los argumentos y razonamientos. Los cristianos egipcios fueron los primeros en llamar a María, “Theothokos“, “La que dio a luz a Dios“, “Madre de Dios“ en nuestro lenguaje actual. La expresión se hizo popular en el siglo cuarto. En el siglo quinto Nestorio, obispo de Constantinopla, quiso matizarla racionalmente diciendo que María era «Christothokos»: ella había traído al mundo a Cristo, pero sólo en su humanidad. Los obispos se reunieron en concilio en Éfeso el año 431 y prefirieron retener la fórmula tradicional “Madre de Dios”. Porque si no ¿cómo Jesús podría ser “Emanuel”, “Dios-con-nosotros”?
¿Conclusión? Nuestros razonamientos son necesarios para tratar de articular nuestra experiencia cristiana. Con tal de que aceptemos que cuando se trata del misterio de Dios y de los hombres, nunca lo conseguiremos del todo. Y que seguiremos necesitando siempre el lenguaje poético y sus imágenes.
Y por eso las imágenes del Arquero, el arco y la flecha me llevan a una segunda consideración. Jesús tuvo necesidad de María para ser «Dios-con-nosotros” ‘. Según el evangelio de Mateo también tuvo Jesús necesidad de José para ser descendiente de David. ¿Y nosotros hoy?
Refiriéndose a los profetas bíblicos, especialmente Isaías, los textos litúrgicos presentan a menudo al niño nacido en Belén como «Príncipe de la paz». La experiencia cristiana nos muestra a diario que para actuar como “Príncipe de la paz” Jesús nos necesita. Somos el arco que el arquero ama y utiliza para lanzar sus flechas.
Celebramos hoy a María «Madre de Dios», y también en esto ella es nuestro modelo: Dios la necesita, y también a nosotros.
Ramón Echeverría, mafr

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