Virgen María, nada dicen las Escrituras de cómo volviste del Calvario a casa, ni con quién. ¿Acaso lo hiciste con las mujeres que te acompañaron a la ida? Intuyo que el discípulo amado fue vuestro valedor y defensa en aquellas circunstancias tan dolorosas, en las que sentías que los ojos de todos te miraban como la madre del ajusticiado. Déjame sumarme al grupo que te acompaña.
Hoy, sin embargo, me gusta traer a la memoria dos pasajes en los que apareces, según algunas interpretaciones, como jardín de Dios. Si al principio, el ángel del Señor te comunicó que Dios deseaba hacer de ti su jardín, y venir a nuestra historia como el nuevo Adán, y tu Hijo resucitado aparece en la mañana de Pascua en el jardín, ¿acaso tú fuiste el primer jardín donde sentiste a tu Hijo vivo y glorioso?
Si el ángel de la Anunciación te propuso ser jardín de Dios, con la clara resonancia del jardín primero, y el Resucitado se aparece a María Magdalena en el jardín de Arimatea, espacio que evoca también el jardín primero, intuyo que tú fuiste la primera mujer a la que Dios reveló el triunfo de su Hijo, nacido de tus entrañas, consagrándote como espacio habitable, florecido, fecundo, creyente, colmado de gracia y de amor. Tú no fuiste al jardín como lo hicieron tus compañeras, porque tú eres el verdadero jardín donde experimentar interiormente el triunfo de Jesús.
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