3 noviembre 2021 20:57 CET
En unos tiempos marcados por una pandemia global, relatos populistas, el cambio climático y una creciente desigualdad, la ciencia, la tecnología y la capacidad transformadora de la cultura y las ciencias humanas se han erguido, una vez más, como elementos fundamentales para el progreso de nuestras sociedades.
A la vez que hemos intentado entender qué es la covid-19, en qué consiste una vacuna de ARN mensajero, o qué impacto tienen las emisiones de gases de efecto invernadero, muchos investigadores e intelectuales también se han estado cuestionando el valor y el sentido de lo que hacemos. Como sociedad, hemos necesitado recursos para entender y estar en este mundo. Hemos tenido que reaprender a mirar y a escuchar.
Desde la conferencia del químico y novelista inglés C.P. Snow en 1959, la discusión sobre la excesiva compartimentación de las Ciencias y las Humanidades ha estado siempre sobre la mesa. Snow alertaba en Las Dos Culturas sobre la falta de interdisciplinariedad y los riesgos de no poder resolver problemas globales ante la tendencia a impulsar un sistema educativo cada vez menos transversal.
Hoy, reconciliar estos dos grandes ámbitos parece más necesario que nunca. Estudiar filosofía es conocer las bases de nuestra mentalidad científica. Estudiar una lengua es conocernos mejor, pero también es ser conscientes de la diversidad y del poder del lenguaje. La literatura nos permite explicar y preservar la experiencia del otro en el espacio y el tiempo.