La vida es drama. Es tensión. Es agonía. Se despliega “entre”: entre muchos “entre”
Podría, decir, redondeando, que hace unos 50 años que participo de las celebraciones de semana santa. Con más o menos consciencia, piedad, monotonía, obligatoriedad, fervor, convicción. Depende. De muchas cosas. Porque tanto el experimentar como el expresar la vida de fe –si no está muerta–, cambia en “materia y forma”. Me gusta decir que la fe se conjuga en gerundio: vamos creyendo… y des-creyendo. Pero, al igual que en la última navidad, https://www.religiondigital.org/creer_pensando-_el_blog_de_michael_moore/Michael-Moore-celebramos-navidad_7_2627207264.html), estos días me ha sorprendido, insolente e insistente, la pregunta: ¿Qué significa, hoy, este tiempo litúrgico para mí? ¿Qué voy a celebrar?
Tengo la sensación –aunque, como sabemos, los sentidos pueden engañar– que hemos diluido bastante el potencial “subversivo y subyugante” que encierra la sana memoria de esos acontecimientos (J.I. González Faus). Porque, en definitiva, se trata ni más ni menos que de re-memorar y con-memorar la vida y la muerte de Alguien importante –único– para que confronte, ilumine, sostenga y sacuda nuestra(s) propia(s) vida(s) y muerte(s). De lo contrario se reducirá, un año más, a asistir a espectáculos litúrgicos de dudoso gusto estético y de menor impacto ético.
La vida es drama. Es tensión. Es agonía. Se despliega “entre”: entre muchos “entre”. Si la vida fuera una paleta de colores, diría que predomina un gris claro. Y luego, pinceladas de diversas tonalidades. Algunas con colores muy brillantes y, otras, opacas o neutras. En medio de este drama que vivo, hay varones y mujeres que me siguen entusiasmando; entre esos, el que más, este Hombre. He aquí algunos trazos de sus últimos días.
Jueves santo: entre la soledad habitada y la mezquina compañía (…)
Viernes santo: entre la desesperanza límite y la entrega confiada (…)
Sábado santo: entre el silencio ensordecedor y la tenue espera (…)
Es sábado y no queda nada. O, mejor: queda la nada. Ni siquiera resta el cadáver ensangrentado para contemplar, esperando, el milagro. Ya no hay llantos ni gritos, súplicas ni burlas. Sólo ausencias. No hay carne ¿no hay espíritu? ¿Qué hay, qué queda cuando sólo quedan lápidas? Ayer, todo era negro. Hoy, todo es frío. Como las piedras que cubren la muerte.
Las únicas palabras que resuenan diabólicamente en el aire son las que ayer el Tentador le había enrostrado al Hombre crucificado: “ese no era el camino”.