Re-memorar para con-memorar
Unas palabras previas de necesaria contextualización: tengo el honor de encontrarme, por estos días, en la UCA (Universidad centroamericana “José Simeón Cañas”) de El Salvador; más en concreto, en el Centro “Monseñor Romero”, ofreciendo un curso sobre la teopoética de Pedro Casaldáliga. Y, releyendo frente al “jardín de las rosas” su libro “Cartas abiertas” he dado con el siguiente poema que escribió, contemplando este mismo lugar, hace más de treinta años:
Rumiando una vez más estas sugerentes décimas, y en el contexto de la semana santa, me han surgido estas someras reflexiones. El poema hace referencia al irracional asesinato de los seis jesuitas y las dos mujeres laicas (la cocinera y su hija) perpetrado el 16 de noviembre de 1989. Luego de la masacre, sus cuerpos fueron arrastrados al pequeño jardín que antecede a la hoy llamada “residencia de los mártires” (donde, con emoción, me estoy hospedando). La sangre derramada de esos ocho inocentes fecundó la tierra de la cual surgieron las rosas que, todavía hoy, adornan el jardín como un testimonio mudo que habla desde una belleza crucificada, de muerte que engendra vida, de resurrección desde el sinsentido y el absurdo.
Una lección que es una advertencia
Mirando el jardín y meditando el poema me preguntaba cuál sería “la lección” que “desde las cátedras fosas” dictaron -y deben seguir dictando- la UCA y el pueblo herido (pueblo salvadoreño, hoy, nuevamente herido, esta vez, con “heridas de temor”). Y ensayo como respuesta: el aceptar el riesgo de la posible muerte como consecuencia de unas innegociables opciones de vida. Los mártires de la UCA no murieron: los mataron… los asesinaron, como a Jesús de Nazaret.
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