«Hoy, nos reunimos para honrar el continuo sacrificio de los supervivientes y recordar a todos aquellos que perdimos durante el genocidio contra los tutsi”. Ruanda cumplía esta semana 29 años del comienzo del genocidio y su presidente, el mismo desde que acabó, Paul Kagame, lo sigue rentabilizando. «No podemos ignorar que la violencia y el discurso de odio persisten no demasiado lejos de aquí”.
Su referencia velada al conflicto latente con el gobierno de R.D. Congo solo ve una parte: la de un mundo que sigue atentando contra su etnia, los tutsi, amenazada por fuerzas revolucionarias vecinas y apoyadas por gobiernos como el de Félix Tshisekedi. La realidad es más compleja y habla de un dirigente, Kagame, que apoya al grupo rebelde M-23 con armas porque no le han permitido entrar en su territorio para batallar con sus enemigos y, de paso, aprovechar los recursos minerales, algo que sí permitió a Uganda.
A Kagame le interesa honrar a los supervivientes de puertas para fuera, pero si es necesario pasar página lo hace: el Hostal de la Esperanza ya no acoge más a huérfanos del genocidio, a los que han echado para hacer cabida a los refugiados que lleguen con el acuerdo con Reino Unido. Este acuerdo refleja la nueva Ruanda: colocarse como un socio fiable para recibir dinero occidental que no mira lo que pasa dentro del país. Mientras, 127.000 refugiados ya viven en Ruanda sin estabilidad.
Kagame ha sabido aprovechar el genocidio para afianzar su poder a base de millones de Occidente y un sistema de seguridad propio que muchos envidiarían. El país se ofrece para enviar tropas a otros países y ser un actor vital en las misiones de paz de la ONU en África así como de manera bilateral: Ruanda está presente en Mozambique para luchar contra el yihadismo en el norte del país. La recompensa: 20 millones de euros de la Unión Europea.
La intención de Kagame es esa: convertir al pequeño país de las Mil Colinas en un socio estratégico indispensable en África. Lo hace no solo enviando fuerzas de seguridad sino también poniendo una cara bonita organizando torneos de baloncesto internacionales, el Congreso de la FIFA y acogiendo a empresas tecnológicas. Esa buena imagen limpia un sistema autoritario que cada vez importa menos a Occidente, donde la premisa es clara y hasta cierto punto entendible: sí, es un gobierno autoritario, pero funciona. También hay democracias en países que casi colapsan y dictaduras terribles en países rotos. Nadie quiere eso en Ruanda, así que Kagame gana.