

Llegué a Túnez hace 56 años. Dentro de unas semanas me iré de este país carga da de maletas. Bagaje La lista es larga y el agradecimiento se extiende a mis hermanas con las que he estado en comunidades donde se vive bien, y qué decir de nuestra Iglesia en Túnez, que me ha acogido, acompañado y confiado en mí. Doy gracias a Dios por todos vosotros, y os digo: ¡esto es sólo un adiós! ¡Venid a verme!
¿Cómo he llegado hasta aquí? En el noviciado de España, cuando tenía 20 años, un Padre Blanco de paso, de Túnez, nos habló de cómo vivir la Buena Noticia en este país musulmán: aquí no hay predicación, no hay sacramentos, sólo importa una cosa: vivir la fe en Jesucristo, amando… Y durante una hora nos habló de la forma de vivir el Amor aquí. Me dije a mi misma: eso estaría bien para mí, no puedo hablar, no puedo predicar… pero amar, eso podría intentarlo. Y eso es lo que hice durante 56 años. También pasé 2 años en Argelia y 2 años en Roma, y el resto aquí.
Formada como maestra, siempre he trabaja do en las escuelas de la diócesis: en Thibar, La Marsa, Túnez (Halfauin, donde acogí a las hermanas egipcias cuando llegaron a Túnez), en las bibliotecas escolares de Montfleury y aquí en La Marsa. También colaboré con mis hermanas en la enseñanza del árabe en la Casa de estudios de Montfleury.
¿Qué más puedo decir? Es un breve resumen de una vida tan larga. Ha sido un prolongado camino, hecho de encuentros, gratuidad, reciprocidad, vida sencilla de barrio, como cuando viví en Mourouj, Kabbaria, Le Kef… En todo ello he encontrado una gran felicidad, la alegría de vivir sin alardes mi fe en Jesucristo y los valores del Evangelio. Mi vocación por la enseñanza se desarrolló poco a poco y ¡me apasionó!
¿Acaso la enseñanza no es una de las «Obras de Misericordia»? Con este espíritu evangélico intenté transmitir conocimientos y educar a los niños. He tenido miles de niños en mis manos. Su frescura, su espontaneidad, su asombro, su alegría de vivir, la confianza que depositaron en mí, me han acompañado y sostenido. Es un tesoro de valor incalculable, y sigue ahí hoy, en la biblioteca. A través de ellos conocí a sus padres, y la confianza que me demostraron fue asombrosa: «Mi hijo es tu hijo, trátalo y edúcalo como mejor te parezca».
También me gustaría decir unas palabras sobre los profesores con los que he mantenido muy buenos contactos, y algunas de sus familias también se han convertido en las mías. Por todo ello, por esta hermosa vida llena de bondad y amor, doy gracias a Dios. Al dejar esta tierra de Túnez, recuerdo las palabras del Evangelio: «Sois siervos inútiles». Sí, porque es Dios quien obra en nosotros, a través de nosotros, siempre que somos dóciles a su Espíritu.
María Hernández, Hermana Blanca