abril 22, 2020
Todo ser humano experimenta a lo largo de su vida una tensión constante entre la soledad y el anhelo de comunión y encuentro.
Hablar de soledad es hablar de una experiencia muy humana y subjetiva, cargada de matices, vivencias, etapas y rostros. Sabemos que estar solo y sentirse sólo son dos cosas muy diferentes, en un caso puede tratarse de una soledad buscada, anhelada, y en el otro de una soledad hiriente, que muerde; pero, en cualquier caso, no hay nadie que no haya sentido la caricia o el latigazo de la soledad.
Como nos cuenta José María Rodríguez Olaizola, SJ. en su maravilloso libro “Bailar con la soledad”, son muy variados sus ropajes: está la soledad del niño con padres ausentes o distantes, la soledad del adolescente que sufre acoso, la soledad del joven que tienen que tomar decisiones trascendentales para su vida, la soledad del adulto que hace balance de su vida, la soledad del mayor que se siente insignificante, inútil o abandonado, la soledad del líder, la soledad del célibe, la soledad de la vida religiosa,,,
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