A lo largo de la historia milenaria del cristianismo hubo numerosas reformas, unas provenientes de arriba, de la misma jerarquía, como las de Gregorio I y Gregorio VII, y otras muchas desde abajo, casi todas perseguidas y declaradas heterodoxas.
| Juan CURRAIS PORRÚA
La idea de que la Iglesia ha de estar sometida a una reforma permanente, de acuerdo con la fórmula latina Ecclesia semper reformanda, fue un ideal teológico constante, que perduró hasta la actualidad, aunque algunos prefieren hablar más bien de “renovación” en vez de reforma. En el concilio Vaticano II de los años sesenta del pasado siglo se utilizó el término italiano aggiornamento (puesta al día) en vez de reforma, que sonaba más bien a tradición protestante, con connotación negativa.
Sin embargo, la Reforma de Martín Lutero en el s. XVI es la Reforma por antonomasia, que terminó en un gran cisma, pero tiene sus precedentes en los siglos anteriores y también sus continuadores en Zwinglio, Calvino, Ecolampadio y otros. A esa gran Reforma algunos historiadores, especialmente los marxistas, le han dado el nombre más apropiado de “Revolución protestante”, usada también por los católicos Villoslada y Martina.
El epíteto “protestante” procedía de las protestas de los príncipes alemanes en la Dieta de Espira (1529) contra un edicto de Carlos V, que los privaba de la tolerancia en sus dominios. A partir de ahí se generalizó el sustantivo protestantismo. De modo análogo, en la génesis de la nueva religión a partir de una secta judía de carácter apocalíptoco, primero fueron “los cristianos”, término aplicado en Antioquía de Siria, y más tarde apareció el vocablo “cristianismo”.
Los tres precedentes religiosos más importantes de la Reforma luterana fueron el inglés John Wyclif (s. XIV), el checo Jan Hus (s. XIV-XV) y el italiano Girolamo Savonarola (s. XV). Estos movimientos reformistas fracasaron, pues los tres fueron condenados como heréticos y sus líderes terminaron en la hoguera. El reformador inglés John Wyclif fue un destacado profesor en Oxford en el siglo XIV, que luchó antes que Lutero contra la corrupción de la Iglesia, defendiendo el derecho del poder secular para controlar al clero. Afirmaba además el derecho de toda persona a la libre interpretación de la Biblia, sin la guía y tutela clerical, lo que anticipa la tesis luterana del libre examen de la Escritura.
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