Aristóteles se sintió cómodo viviendo en una sociedad donde la esclavitud era cotidiana. Nuestra evolución cognitiva nos enseña por qué funcionamos así. Nuestra razón nos permite tenerlo en cuenta a la hora de actuar
El término moralidad comprende, entre otros fenómenos, la tendencia humana a juzgar la conducta en clave valorativa, siguiendo las normas que establece cada sociedad. Aquí quisiéramos destacar dos rasgos decisivos de la moralidad que han sido debatidos como posiciones filosóficas opuestas en el campo del pensamiento metaético occidental.
Por una parte, la percepción de que lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, se presenta a la conciencia individual dotado de cierto tipo de objetividad. Los individuos interactúan y aprenden en un mundo cultural convencional que incluye normas que les son presentadas a menudo con la misma facticidad que caracteriza a las propiedades materiales del mundo físico, como si pertenecieran al campo objetivo de los hechos.
Por otra parte, los juicios morales implican siempre una intención prescriptiva, consciente o inconsciente, una declaración defendida filosóficamente por figuras como Hume, Stevenson o Hare. Un juicio moral no es meramente descriptivo. Incluso las fórmulas más neutrales comunican un fondo imperativo. Estas dos dimensiones, objetiva y prescriptiva, coexisten en la experiencia moral sin que podamos descartar ninguna.