

A. Victoria de Andrés Fernández, Universidad de Málaga/23 noviembre 2022 18:18 CET
Nunca podremos saber con precisión qué hubiera ocurrido si nuestro planeta no dispusiera de un satélite gigante. Pero todo apunta a que le debemos a la Luna nuestra propia existencia.
La evolución de la vida en nuestro planeta es un fenómeno natural extraordinariamente complejo, no un ensayo científico de variables controladas. Por esa razón no podemos reproducir el proceso a voluntad. La vida es algo mucho más sofisticado que un experimento de laboratorio.
Eso implica que nunca podremos saber con precisión qué hubiera ocurrido si nuestro planeta no dispusiera de algo tan especial como un satélite gigante. Lo que sí podemos es reflexionar sobre las probables implicaciones que la Luna tuvo sobre uno de los más trascendentales momentos de la evolución: la conquista del medio terrestre.
Nuestro organismo, como el de cualquier otra especie, come, respira, excreta, defeca y se desplaza de una forma automatizada porque está en su territorio, esto es, vive en un medio al que está naturalmente adaptado. Las especies biológicas hemos evolucionado así, a base de cribar y descartar cualquier novedad evolutiva (mutación) que merme nuestro nivel de adaptación con el entorno y de seleccionar positivamente solo las que lo aumenten o, como mínimo, no interfieran.
Pero si nos sacan de nuestro nicho ecológico y alteran las reglas del juego, todo cambia. Cuando vemos películas que transcurren en el espacio, nos hacemos una ligerísima idea de la cantidad de problemas que los ingenieros tienen que solventar para que sigamos vivos fuera de casa. Si queremos sobrevivir, estamos obligados a cargar con una nave y un traje espacial, es decir, con un sucedáneo de nuestro entorno ecológico a cuestas.