Su vida estaba decidida desde el momento en que nacieron mujeres en la Kenia rural y empobrecida. Dejar la escuela. Pasar por la mutilación genital femenina. Casarse pronto. Tener hijos. Convertirse en buenas esposas y amas de casa. Las cuatro protagonistas de esta historia eludieron el destino que tenían reservado y engrosaron el mínimo porcentaje de mujeres que cursan estudios universitarios en el país africano. Y no fue nada fácil: tuvieron que desafiar las tradiciones, o sufrirlas y sobreponerse; demostrar que son las mejores, obtener becas, compaginar aulas y trabajo. Y lo consiguieron.
“Mi primer desafío llegó cuando alcancé la edad en la que se suponía que debía pasar por la mutilación genital femenina”, rememora Lilian Naserian, fundadora y directora de la Fundación Maasai Mara Women Empowerment Guide Organization. No quiere entrar en detalles de cómo evitó el corte porque su madre, dice, podría aún hoy sufrir el rechazo de la comunidad. Ella nació en Oiteti, en tierra masái, cuyas fuertes tradiciones patriarcales relegan a las mujeres a una vida sin poder de decisión. Después llegaron las dificultades económicas para costear su formación una vez concluida la primaria. “La educación de mis dos hermanos varones era prioritaria, tuve que ser paciente hasta que consiguiera dinero para pagar la mía”, continúa.