Inicia la segunda parte de su viaje, tras recalar en Congo, con Welby y Greenshields
El Papa Francisco ya se encuentra en Yuba, adonde llegó procedente de Kinshasa, después de tres días de emoción, multitudes y unos discursos valientes, de denuncia y de esperanza para un pueblo que, como él mismo subrayó, es el «pulmón de África».
Y es que el viaje a la República Democrática del Congo ha supuesto un soplo de aire fresco para un pontífice al que, hace pocas semanas, y coincidiendo con la muerte de Benedicto XVI, se le desató una tormenta entre enemigos y sectores de la Curia que ya están pensando en un nuevo cónclave.
Pese a lo que se pensaba, se vio a un Francisco fuerte, alegre (solo le faltó ponerse a bailar durante su vibrante encuentro con los jóvenes), y emocionado ante el sufrimiento y la fortaleza de un pueblo que, pese a la guerra, pese a los atentados, pese a la pobreza, tiene todos los mimbres para salir adelante. Lo tiene en sus manos, como acertadamente señaló el Papa ayer.
Sentado en silla de ruedas (no se ha visto mucho este elemento durante el viaje, apenas en los aeropuertos), Francisco fue acompañado casi hasta la escalerilla (aunque volvió a subir en plataforma móvil) por el presidente de Congo y por el cardenal Ambongo, que han demostrado una cordialidad muy necesaria para acompañar al futuro de este país.
También se ha visto un pueblo entregado al Papa, que se ha agolpado en las calles y en los eventos (casi dos millones de personas asistieron a la misa, y unas cien mil al encuentro con jóvenes). Tal vez en los pasillos romanos no se quiera a Bergoglio, pero en África sí, y mucho. Todo un ‘chute’ de alegría para el pontífice argentino, sin duda.
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