Sobre los derechos de Dios en tiempos de Covid-19
| Jairo Alberto Franco Uribe
Por estos días, y ante las disposiciones de los gobiernos para limitar el aforo en los templos y a evitar contagios en procesiones y otras manifestaciones religiosas de la semana santa, hay cristianos que se sienten ofendidos en su fe y acusan a las autoridades civiles y sanitarias de ir contra “los derechos de Dios”: para estos “muy religiosos”, poco importa si volvemos a otro pico y disparamos los contagios y ocasionamos muerte, lo que sí parece importarles es cumplirle a Dios en lo que se imaginan que lo hace feliz y que le da gloria, esto es, por ejemplo, no omitir ningún rito, llenar las iglesias, salir a las procesiones, recibir la comunión en la boca,…etc. Los invito a que nos pongamos la mano en el corazón y que pensemos esto de los derechos de Dios.
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La única forma de decir Dios, y aquí está la originalidad del cristianismo, es delante del Crucificado que no parece Dios, que desdice todo lo que pensamos de Dios. La cruz no resiste ídolos, donde haya un crucificado, porque Cristo sigue siendo crucificado, solo allí podemos decir Dios, y sólo allí encontramos derechos divinos para defender; derechos divinos sí, pero ya cedidos, y por tanto derechos de los crucificados. Si alguien se quiere poner en el “partido” de Dios no le queda otra alternativa que el partido de los pobres, de los marginados, de los pecadores, de los excluidos, de los que aguantan hambre, del Crucificado: en ellos Dios queda libre de nuestros razonamientos y cálculos, Dios se sale de nuestra lógica, se resiste a ser idolatrado. Defender los derechos de Dios, normalmente, nos pone en el “establishment”, en la seguridad, en lo oficial; defender los derechos de los pobres, cedidos por Dios, nos exilia, nos lleva contracorriente, nos pone en la periferia, nos deja en las márgenes.
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