Para Isatou Ceesay, uno no viaja si no se acerca a la realidad del otro. “El turista que llega a África no solo quiere sacarse fotos en paisajes bonitos; quiere conocer nuestros problemas”, narra convencida en una videollamada desde el Centro de Reciclaje de N´Jau, Gambia. Allí, cerca de 4.000 mujeres hacen de los residuos coloridos souvenirs que cuentan la historia de un país que se ahoga en plástico. A orillas del río Gambia, que se cuela como un horizonte en gran parte del país, la recolecta de ostras y el cuidado de los manglares es “cosa de mujeres”. En concreto, 600 madres que desde 2007 se unieron para trabajar como colectivo y convertir la cosecha en el sustento principal de sus familias sin abusar del medio. En Senegal, Leontine Keita se reveló con su destino ―casarse y tener hijos― y hoy es la primera mujer de la etnia bedik dueña de un humilde hotel. Sus diez cabañas son una ventana a lo más auténtico de Senegal y ya aparecen en las principales guías turísticas. “Empecé yo, pero cada vez seremos más”, augura.
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