Una belleza particular inunda las calles del África musulmana durante el mes de Ramadán. Desde los primeros minutos del anochecer despierta una nueva vida que dormitaba durante las horas de luz diurna, las calles menos transitadas se anegan de chiquillos jugando al fútbol y grupitos de hombres que conversan con aire reposado, sujetando minúsculos vasos de café.
Desde el 1 de abril hasta el 1 de mayo, fechas que coinciden con el mes de Ramadán, los más de 500 millones de musulmanes que viven en el continente africano (que suponen el 41% de su población) celebran con el ayuno y la oración la conmemoración de la primera revelación que recibió el profeta Mahoma. Quien visite Mauritania, Somalia, Sudán, Senegal, Níger, Malí, Guinea Conakry o cualquiera de los países del Magreb con mayorías musulmanas se encontrará con esta imagen desconocida para muchos occidentales.
Desde que el islam irrumpió en el siglo VI en el Magreb y penetró en el África Subsahariana por las rutas fluviales de los ríos Níger y Senegal, tan lejos como el siglo VII, el Ramadán se ha celebrado en estos países ininterrumpidamente, durante siglos y con la misma precisión que la Semana Santa de los cristianos. Conocer sus detalles significa zambullirnos en una realidad cultural que agoniza en África. Mientras su población crece a pasos agigantados, el número de fieles musulmanes desciende 0.5 puntos cada década.
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