«No toquen la República Democrática del Congo, no toquen el África. Dejen de asfixiarla»
Recepción solemne, amenizada con una banda militar, del Papa Francisco, junto al presidente del país, en el Palacio Nacional de Kinsasa. El Papa saluda a la delegación gubernamental y el presidente, a la vaticana. Concluida la ceremonia, el Papa se sienta en su silla de ruedas y se desplaza a unas carpas habilitadas en los jardines del complejo presidencial, donde se reúne con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático.
El primero en hacer uso de la palabra es el presidente de la RD Congo. Tras dar las gracias al Papa, asegura que “el pueblo congoleño le acoge con felicidad y alegría, como hizo con Juan Pablo II”.
“El Congo es un gran país”, con una “población rica y armoniosa”, para construir “una tierra de paz y de hospitalidad, tierra de acogida para el África y el mundo”, dice el presidente.
Asegura que la cultura congoleña se basa en valores religiosos, especialmente la hospitalidad, “amenazada por grupos terroristas proveniente de países vecinos”, especialmente de Ruanda.
Denuncia que han asesinado más de 10 millones de personas, asi como el “silencio cómplice de la comunidad internacional”. Pero asegura que defenderá “la integridad de su territorio”.
El presidente rinde homenaje a la “Iglesia católica del Congo” especialmente por su labor educativa y sanitaria. Y se compromete a trabajar para poner fin a la corrupción.
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Con la parábola del diamante (de brillo, de luz y de sangre), el Papa Francisco ha querido comenzar su visita a la RD del Congo en plan profeta indignado. Porque, por un lado, el país es «una tierra tan bella, grandiosa y exuberante…un continente dentro del gran continente africano». Por el otro, «La República Democrática del Congo, atormentada por la guerra, sigue sufriendo, dentro de sus fronteras, conflictos y migraciones forzosas, y continúa padeciendo terribles formas de explotación, indignas del hombre y de la creación». Y «tras el colonialismo político, se ha desatado un ‘colonialismo económico’ igualmente esclavizador». Es decir, «el veneno de la avaricia ha ensangrentado sus diamantes. Es un drama ante el cual el mundo económicamente más avanzado suele cerrar los ojos, los oídos y la boca».