La lluvia caía esa mañana sobre los pocos miles de fieles que acudieron a la Plaza de San Pedro para ver a un papa beatificar a otro. El domingo 4 de septiembre, Francisco declaró oficialmente «beato» a Juan Pablo I. Durante la homilía, el Papa rindió homenaje a su predecesor, que reinó durante 33 días.
«Siguiendo el ejemplo de Jesús, fue un pastor apacible y humilde«, dijo Francisco, animando a quienes le escuchaban a seguir «verdaderamente» a Jesús, no adoptando una «apariencia religiosa» perfecta para buscar «el prestigio personal» o conformándose con «una fe al agua de rosas», sino cargando la cruz para «asumir las propias cargas y las cargas de los demás».
«El nuevo beato vivió de este modo: con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo», continuó Francisco. «Él encarnó la pobreza del discípulo, que no implica sólo desprenderse de los bienes materiales, sino sobre todo vencer la tentación de poner el propio ‘yo’ en el centro y buscar la propia gloria».
Para Francisco, Juan Pablo I, Patriarca de Venecia elegido en 1978 para uno de los pontificados más cortos de la historia contemporánea, encarnó «una Iglesia de rostro alegre». El «papa sonriente», como se llama al predecesor de Juan Pablo II, consiguió transmitir la bondad del Señor. «Se consideraba a sí mismo como el polvo sobre el cual Dios se había dignado escribir», comentó Francisco.
Elogio de una Iglesia «que nunca cierra puertas»
Pero, sobre todo, Francisco utilizó la figura del nuevo beato para ensalzar su visión de la Iglesia. Una Iglesia que «que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos», dijo. Y continuó diciendo que la Iglesia no debe estar «enfadada, no es impaciente», ni «se presenta de modo áspero ni sufre por la nostalgia del pasado».
Para seguir leyendo: https://es.la-croix.com/actualidad/vaticano/el-papa-francisco-beatifica-a-juan-pablo-i-pastor-apacible-y-humilde?utm_medium=email&utm_source=newsletter&utm_newsletter=es-07092022