Lucy Fleming / BBC News / 16 junio 2022, 04:01 GMT
La gente que visita Ruanda a menudo suele quedar sorprendida al encontrar un país donde las cosas parecen funcionar de manera eficiente. Es limpia y ordenada, ofrece exuberantes vistas con abundante vegetación, y el wi-fi es bueno en su capital, Kigali.
Además, sus habitantes tienden a pagar impuestos; los servicios son confiables; las carreteras son seguras: de hecho, el gobierno la promociona como «una de las naciones más seguras del mundo».
Tomemos como ejemplo la pandemia de covid-19, durante la cual Ruanda no dudó en tomarla por los cuernos. Impuso confinamientos rápidamente y los hizo cumplir estrictamente.
Hoy, más del 60% de la población está vacunada, algo que el British Medical Journal califica como una hazaña «en un continente que es un desierto de vacunas contra el covid-19».
Por todo esto, y por su robusto crecimiento económico en la última década, Ruanda es apodada por algunos como «la Suiza de África».
Pero debajo del cumplimiento de las normas y de los macizos de flores ajardinados que cubren el paisaje de Kigali hay un miedo colectivo.
Si entras a un bar y tratas de iniciar una conversación que puede resultar controvertida, te pedirán que te calles, y es muy probable que tu comportamiento sea reportado a las autoridades.
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