A pesar de las dificultades acarreadas por la pobreza, en este barrio marginal de Nairobi hay iniciativas locales que empoderan a los niños para que puedan construir un futuro mejor para la comunidad.
El asentamiento informal de Kibera, en Nairobi, es el barrio que nunca duerme. En uno de sus múltiples accesos, un gran campo de fútbol de arena repleto de niños llena el espacio de vida y ruido. Está rodeado por pequeñas tiendas de ropa y zapatos de segunda mano algo caóticas que se convierten en punto de encuentro de hombres y mujeres del barrio. Dentro, más gente, tiendas de comida, carne a la parrilla, chapati para llevar, casas de hojalata, peluquerías, bares con música a todo volumen y perros callejeros. También coches, motos y matatus que en hora punta convierten la carretera en un lento y ruidoso ciempiés.
“Kibera está llena de esperanza, llena de talento, llena de gente inteligente; el problema es que no saben dónde ir. Nos falta esa persona que nos empuje hacia arriba, ese es el reto al que nos enfrentamos”, explica Francis Odhiambo, un joven bailarín del barrio y cofundador de la Cheza Cheza Dance, una organización que empodera a los niños de su comunidad a través de la danza.
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