«La pobreza, como la libertad, como la bondad acontecen en el fondo de nuestra alma»
Estamos terminando un verano que está siendo difícil: los últimos rebrotes de la pandemia, un verano con muchos incendios, con la larvada guerra de Rusia-Ucrania, que está provocando muchas muertes y una gran crisis energética al mismo tiempo que una subida de los precios y de la vida.
Y en esta situación escuchamos hoy en el evangelio unas palabras muy extrañas que sacuden nuestra conciencia: no podéis servir al dinero.
Jesús fue pobre.
Cristo no fue rico, fue pobre. Jesús no fue un “super-Dios”. Jesús nace pobremente, fuera de la ciudad, porque no había sitio para esta familia en la ciudad (Lc 2, 7), porque los suyos no le recibieron, que dice el evangelio de Juan (1, 11). Jesús fue un emigrante, que con su familia hubo de huir a Egipto (Mt 2, 13-23), Jesús no tuvo dónde reclinar su cabeza y murió también fuera de la ciudad, en el Calvario, (Mc 15, 22). Jesús no fue un hombre hacendado, no fue un terrateniente, ni un eclesiástico, no tuvo poder ni riqueza política. En otras palabras menos narrativas y más teológicas dice San Pablo que Jesús vivió y murió en un desprendimiento absoluto y se entregó a la muerte y una muerte de cruz. (Flp 2, 5-11).
Jesús es enviado a los pobres. Jesús les dice a los discípulos de Juan Bautista: he sido enviado a anunciar el evangelio: a los pobres se les anuncia el evangelio, (Mt 11, 2-6). Jesús se siente enviado a los pobres: El Espíritu del Señor está sobre mí porque he sido enviado a anunciar el evangelio y la liberación a los pobres, (Lc 4, 16-30).