Mansedumbre. Delicadeza. Ternura. Cuando hablamos de “compromiso”, de “evangelizar”, de “dar frutos”, pocas veces se nos presenta como primera idea y como principal actitud la de esa supuesta “pasividad” que encierran estas tres palabra; las cuales, sin embargo, constituyen el auténtico motor, el verdadero “corazón” capaz de bombear sangre de vida divina a nuestras acciones y a nuestra vida entera. Acuden a nuestra cabeza y se nos amontonan pensamientos e imágenes de actividad y valentía, de dinamismo ejemplar comprometido hasta la médula e inasequible al desaliento; contemplamos la intrepidez y arrojo de un apóstol incansable, asumiendo riesgos al recorrer el mundo y acudir a los lugares mas recónditos y lejanos sin temor a perder la vida “en campaña”, sin echar raíces en parte alguna, predicando a tiempo y a destiempo; acuden a nuestra reflexión imágenes de penalidades sin fin y de una disponibilidad “misionera” cuyas incertidumbres y peligros no son capaces de detener al discípulo; nos embarga el entusiasmo de todos aquéllos que se olvidan de sí mismos para dejarse guiar “por la fuerza del espíritu” (muchas veces sin discernir siquiera de qué espíritu se trata…). En resumen: voluntad decidida, arrojo y activismo a ultranza…
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