Jonás dormía en medio de la tempestad provocada por su desobediencia y su rechazo a la misión que Dios le había encomendado, porque era consciente de que no tenía remedio, porque se sabía culpable y, por tanto, concluía que Dios, a quien había intentado burlar, ya había dictado sentencia condenatoria contra él, cuyas consecuencias le llevarían a ser castigado con la muerte, arrastrando en ella a sus inocentes compañeros de travesía, ignorantes de que la podredumbre de una sola manzana contamina a todas sus hermanas… Se reconocía responsable de su desgracia irremediable por su contumacia rebelde, y también de la de todas aquellas otras personas por haberlas ”incorporado”, involuntaria e ignorantemente para ellas, a su oposición a la voluntad divina. Acogerlo en su nave sin saber quién era los hacía solidarios en su destino… ¿No somos todos cómplices a la vez que víctimas del mal, aunque a cada uno lo corrompa de una manera distinta?…