Somalia como muchos de los países del África subsahariana, es noticia cuando pasa algo que impacte y afecte a los intereses de las grandes potencias mundiales, como lo que pasó la semana pasada, el grupo yihadista Al-Shabab atacó un convoy de la Unión Africana.
Somalia está ubicada en el cuerno de África, una región estratégica para comercio mundial, más del 85% de su población es étnicamente somalí, lo que lo vuelve uno de los países étnicamente más homogéneos del continente y es el país con la mayor línea de costa del África continental, pero sus hermosas playas permanecen mayormente vacías por ser base de operaciones para piratas y traficantes. Sus 17 millones de habitantes atraviesan una crisis profunda desde hace 40 años que combina la guerra civil, la crisis económica, el desarrollo de grupos islámicos radicalizados, la peor sequía de los últimos años, y la intervención de potencias extranjeras. A esto se le suma que el gobierno no es capaz de proveer de servicios básicos a su población, comete sistemáticas violaciones a los derechos humanos y reprime a la prensa, además no tener un control efectivo más allá de la capital, Mogadiscio.
En 1991 Somalía inició una guerra civil tribal cuyas repercusiones se extienden hasta la actualidad, a los millones de víctimas y refugiados del conflicto, se agregó una hambruna que entre 1992 y 1993 provocó entre 300.000 y un millón de muertos. La fragmentación territorial – expresada en la autoproclamación de Somaliland y Puntland al norte bajo el control de grandes clanes- y la profundización de la crisis económica fueron el caldo perfecto para el nacimiento de Al Shabab, un grupo con estrechos vínculos con Al Qaeda y que confluye con la gran mayoría de la población musulmana y planteando las ideas de la construcción de una Gran Somalía bajo un gobierno islámico.
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