«Para mí, el Padre, el Hijo y el Espíritu son cada uno totalmente Dios; por esto, a menudo, cuando rezo no intento saber a quién me dirijo, excepto si es algo que toca mis sentidos, porque entonces privilegio a Jesús, que es hombre». Esta es la observación de una internauta de los foros de croire.com.
El padre Guy Lepoutre es jesuita. Tiene una amplia experiencia como predicador en retiros. Cercano a la Renovación, es miembro del comité organizativo del movimiento carismático ecuménico «Abraza nuestros corazones».
Un misterio inagotable
Sí, cuando rezo, es a todo nuestro gran y hermoso Señor: lo venero, lo adoro, puesto que es un Amor ardiente que se dona sin cesar dentro de él mismo -una circulación, como una danza de amor, que es la Trinidad- y todo existe (la creación, yo, nosotros) a partir de él, incandescente, eterno. Es la zarza ardiente del libro del Éxodo, capítulo 3, que fascinó a Moisés y le despertó a la misión.
Pero, en efecto, en determinados momentos, siento que debo mirar más al Padre, sabiendo que todo tiene origen en Él, que es la Fuente y el que nos da a su elegido, el Verbo, el Hijo; en Jesús Él se hizo plenamente humano y cercano a nosotros. De hecho, más avanzo, más siento que el Padre es verdaderamente abba, padre, que está muy cerca de mí, es familiar, que puedo depositar toda mi confianza en Él, el que me llama a levantarme, a entrar en intimidad con Jesús y me da su amado Espíritu Santo…
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