En el pequeño pabellón de la residencia de ancianos de la capital Harare, Isobel Simons cuenta por enésima vez que ella y su difunto marido fueron expulsados manu militari de su granja, y se echa a llorar. «¡Viví allí 47 años!». Tras recuperar la calma, la octogenaria británica vuelve a hablar de su idílica vida de antes. «Soy hija del campo», dice. «Recuerdo mis paseos en bicicleta con mis amigas cuando tenía 15 años. No había vallas, solo algunos africanos». Han pasado 20 años desde que el expresidente Robert Mugabe decidiera expulsar a los granjeros blancos de sus terrenos en Zimbabue para redistribuir la tierra entre la población negra, pero las heridas siguen abiertas.
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