

29 de octubre de 2023 – 6:37 pm // Jose S. Azcona
La historia del siglo XX de la parte sur del continente africano tiene diferencias importantes con la de las áreas más tropicales del mismo. Los 4 países más poblados (Sudáfrica, Zimbabue, Angola y Mozambique) fueron objeto de colonización europea. De la forma que la misma se llevó a cabo, y el manejo de sus secuelas, ha dependido el divergente presente de estos países. En todos los casos ha sido la falta de institucionalidad lo que ha limitado el desarrollo.
Las ex-colonias portuguesas (Angola y Mozambique) fueron abandonadas abruptamente en 1975. Ambas tenían una extensa colonia de la metrópolis, que componía buena parte de las clases medias. Los nuevos regímenes marxistas expulsaron estas poblaciones, y bajo condiciones de guerra civil, no pudieron sustituirlas. El nivel de desarrollo de ambos estados tuvo un precipitado descenso. Estos países no heredaron una estructura representativa o democrática, ya que el estado portugués era dictatorial, por lo que al igual que la América Española en su independencia, carecían de modelos o experiencia de autogobierno.
Angola cayó en manos de una minoría étnicamente mixta afro-europea, con una bandera comunista. Ellos tomaron el papel de los criollos en la independencia americana, expulsando al peninsular, pero tomando ventaja de su afinidad cultural con el mismo. Impuesto el régimen por medio de la guerra, había pocos espacios para el progreso. Posteriormente, gracias al petróleo, logró comenzar a crecer bajo una cleptocracia autoritaria y rapaz. Recientemente se ha iniciado el proceso de corrección.
Zimbabue paso a manos de un gobierno mayoritario en 1980, por presiones de la comunidad internacional. Aunque se creó un elaborado mecanismo democrático formal, el autoritarismo de Robert Mugabe fue eliminando todas las protecciones legales. La presunta legitimidad derivada de una lucha armada insurreccional servía de cubierta para construir el autoritarismo. Como resultado, las minorías ex-coloniales perdieron sus bienes u optaron por emigrar. Las emergentes clases medias de la mayoría étnica también fueron reprimidas, y su capacidad de ser motor de progreso se vieron truncadas.
Sudáfrica ha sido una historia diferente. Sin dar ninguna concesión especial, más que respeto a la ley y la democracia, esta ha podido transicionar a una economía cada vez más integrada y moderna. Las minorías blancas permanecen, lo cual se facilitó al tener arraigo centenario y números considerables (casi un 15% de la población en 1990). Nelson Mandela (desde 1994), con una política de reconciliación y justicia, logró lo que sus vecinos no pudieron. La clave fue el marco de ley, que no daba cabida a la persecución ni al arbitrio. Este nuevo gobierno no buscó perseguir poblaciones, sino hacerlas parte de una nueva sociedad inclusiva y tolerante. Esta no tiene servilismo a los excolonizadores ni margina a los pueblos originarios (como ocurre muchas veces en Latinoamérica). Las diferentes lenguas y culturas son protegidas, y se dan algunas ventajas a los descendientes de las etnias tradicionalmente marginadas, sin despojar a nadie. Con sus peculiaridades, la democracia sudafricana continua viva y pujante hasta hoy.
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