

MÉXICO – Podría parecer irónico que la 27 Conferencia de las Partes (COP27) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático y el Mundial de Fútbol de Qatar —un país cuya monarquía se ha hecho rica vendiendo combustibles fósiles— se celebraran casi al mismo tiempo, pero en realidad no lo es: ambos eventos tienen mucho en común. Los dos son eventos de élite.
Ambos sirven para lavar la cara de las grandes empresas. En ambos suelen salir perdiendo los países más pobres porque no pueden seguir el paso de la corrupción de altos vuelos ni de los niveles absurdos de inversión necesarios para sobrevivir.
La COP27 estuvo lejos de generar esperanzas en el mundo. Empezó con una polémica que parecía obvia, pero que ni a la Organización de las Naciones Unidas ni a la empresa en cuestión les pareció mal: Coca-Cola, la empresa que ha sido calificada como la principal contaminante con plásticos del planeta, era uno de los principales patrocinadores.
Lo que ocurrió en la cumbre en sí, durante las negociaciones, tampoco fue para celebrarse. Los países ni siquiera intentaron aumentar la ambición de lo prometido en el Acuerdo de París, que tampoco han cumplido, y que de todas formas llevaría a un calentamiento muy superior al máximo de 1,5 grados antes de que el planeta se haga difícilmente habitable para los humanos.
Más bien, las discusiones se centraron ya no en evitar el calentamiento global, sino en cómo hacer que los más ricos paguen los daños del desastre que han provocado.