

Al Reino de Dios estamos todos convocados. La voluntad de salvación de Dios es universal. Pero eso no significa que uno pueda incorporarse a él alegre y descuidadamente, sin necesidad de exhibir las credenciales pertinentes que atestigüen el compromiso adquirido en el seguimiento de Jesús, y cuyos signos visibles son los propios “estigmas suyos”, las marcas indelebles de la entrega y el servicio, de la misericordia y la bondad, convertidas en los exponentes de la conducta del discípulo, que vive en comunión con Dios y los hermanos sin necesidad de inquietarse o hacer cábalas sobre estrategias a seguir o posibles técnicas a utilizar para entrar por una puerta de dimensiones reducidas…
Lo decisivo es la orientación que damos a nuestra vida a impulso de Jesús, el caminar “a su paso” con la fuerza regalada de su espíritu, que nos mantiene unidos indisolublemente a Él, con lo cual nunca estaremos “fuera”, expectantes ante una puerta que actúe de filtro, y amenazados de “llanto y crujir de dientes”. Su seguimiento sólo puede aportarnos una dicha desbordante e incontenible. Porque no nos habla aquí Lucas de “un juicio”, que discriminará la maldad y condenará inapelablemente a los “culpables”, que han despreciado “las leyes divinas”; sino de la imposibilidad del propio Jesús para identificar a quienes no pudo nunca llegar a conocer porque nunca ellos se identificaron con Él… Con el cierre de la puerta concluye la posibilidad de establecer esa relación de amistad y cercanía, de conocimiento y de establecimiento de lazos de cariño, que lleva al gozo del compartir y celebrar… Por eso hay que apresurarse, “es urgente” e inaplazable identificarse con Jesús y su evangelio, dejarse penetrar por su Espíritu ya ahora, y no cuando se clausure nuestro tiempo…
Es nuestra propia terrenalidad la que ha compartido el mismo Dios, precisamente para ofrecernos la ocasión de vivir la nuestra incorporados a Él, compenetrados con su persona, en intimidad y comunión con esa comunidad fraterna que Él convoca, preside y llena de vida en un horizonte abierto, pleno de confianza, de amor y de esperanza. Eso es conocerse Dios y el hombre, Jesús y tú…