Hechos de los Apóstoles 15,1-2.22-29 — Apocalipsis 21,10-14.22-23 — Juan 14,23-29
“Mi Padre lo amará, vendremos a él y haremos morada en él”, nos dice Jesús hoy en el Evangelio de Juan. “¿No sabéis que sois templos de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”, les recordaba Pablo a los cristianos de Corinto, mucho antes de que Juan escribiera su evangelio. Palabras simbólicas muy bonitas que evocan una auténtica vivencia cristiana, pero sin explicar en qué consiste realmente. ¿Y cómo podrían hacerlo? Los astrofísicos acaban de identificar en el centro de nuestra galaxia, a 27.000 años luz de la Tierra, un enorme agujero negro con una masa de unos cuatro millones de soles. Según parece, hay 2.000 mil millones de galaxias en el universo.
Entonces «Dios», de quien Gregorio Nacianceno canta “Oh tú, el del total más allá, ¿no es acaso eso todo lo que de ti se puede cantar?”, pero que Jesús llama “mi Padre y vuestro Padre” (Juan 20,17)… ¿Cómo puede ese «Dios» morar con nosotros? ¿Cómo podemos nosotros ser su templo? “¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cuides?”, cantaba el autor del Salmo 8 hace más de dos milenios. Y sin embargo, «Mi Padre lo amará, vendremos a él y haremos morada en él«. Estas palabras reflejan la vivencia cristiana de Juan y la de sus discípulos; la de Pablo y la de los cristianos de Corinto. También nuestra vivencia. Pero se trata de palabras que sólo el corazón puede comprender y pronunciar. Os invito a hacerlo tras meditar este himno del breviario francés:
¿Quién, entonces, es Dios, para que tanto nos ame, hijos de la tierra?
¿Quién, entonces, es Dios, tan indigente, tan grande, tan vulnerable?
R/ ¿Quién es Dios para que tanto nos ame?
¿Quién, entonces, es Dios para darse a sí mismo con amor de entre iguales?
¿Quién, entonces, es Dios, si para encontrarlo se necesita un corazón de pobre?
Texto completo: 6º domingo de Pascua C-Echeverría