Presentación del Señor al templo ABC — 2 febrero 2020
Malaquías 3, 1-4 — Hebreos 2, 14-18 — Lucas 2, 22-40
“Los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la Ley del Señor”. A finales de 2018, Paula Fredriksen, una académica especialista en el estudio de los años en los que se escribió el Nuevo Testamento, publicó «Cuando los cristianos eran judíos». El tema central del libro es que los primeros cristianos se veían a sí mismos como un grupo entre los otros grupos judíos de la época. Lo cual es perfectamente normal. Los padres de Jesús eran judíos practicantes. Naturalmente también Jesús era judío y, según Mateo se había manifestado a favor de la Ley: “No penséis que he venido a abolir la Ley o a los Profetas: No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt 5, 17). Y, por supuesto, todos los discípulos de Jesús eran judíos practicantes, hasta el punto de que tras la Ascensión “estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios” (Lucas 24,53). Sin embargo Mateo implícitamente y Lucas explícitamente insisten en que esos mismos judíos cristianos abrieron su comunidad a los paganos, convencidos de que tal era la voluntad del Señor Jesús. Como vimos en domingos anteriores, en el evangelio de Mateo fueron magos extranjeros quienes vinieron a postrarse ante Jesús. Y siempre según Mateo, el último mandamiento de Jesús fue “«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes» (Mt 28, 19). En cuanto a Lucas, el himno de Simeón lo canta explícitamente: “Ahora, Señor puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos”. Simeón está convencido de que Jesús vino no sólo para sus correligionarios judíos, sino para todas las naciones. Que es precisamente lo que Lucas desarrolla a lo largo de los Hechos de los Apóstoles, y lo que nos ha empujado estos últimos domingos para cuestionar el actual etnocentrismo cristiano y nuestra falta de apertura real hacia otros pueblos, culturas y religiones.
Estos días he meditado sobre todo la segunda parte del evangelio de este domingo (ausente en la versión abreviada que, por desgracia, se leerá en muchas comunidades): “Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten… Y a ti una espada te traspasará el alma”. Meditando, he pensado en los judíos cristianos que no aceptaron que la Iglesia se convirtiera en una «Iglesia de las Naciones», o que los nuevos cristianos abandonaran las tradiciones y leyes del Antiguo Testamento (Pablo y Juan los mencionan en sus escritos). También he pensado en el miedo de mis compatriotas, a menudo cristianos practicantes, o al menos personas de buena voluntad, ante la llegada de extranjeros (10% de la población en mi región) con costumbres, cultura y a menudo religión diferentes. He pensado sobre todo en el dolor de María, la madre de Jesús, que el evangelio de Lucas presenta como modelo corporativo de la comunidad cristiana… Después de Pentecostés María desaparece de la Historia, como tantos otros profetas que murieron en el anonimato. Pero podemos imaginar su dolor, causado por las divisiones en la comunidad tras la admisión de los no judíos. Sobre todo porque dada su edad debió morir antes de que las aguas se calmaran…
El desarrollo, la apertura, el crecimiento se lleva siempre a cabo en el dolor y el sacrificio. Por un lado, nuestras mochilas se han vuelto demasiado pesadas. Ralentizan, e incluso impiden que caminemos. ¡Y que doloroso es renunciar a tantas cosas secundarias que hemos acumulado en el pasado y que creíamos eran esenciales para nuestro viaje! Pero por otra parte, vivir sólo con lo esencial es muy exigente, incluso a veces doloroso. Nos obliga a examinar nuestro interior y analizar en qué creemos realmente. En varias ocasiones, el papa Francisco ha aconsejado que, dejando lo demás de lado, nos aferremos a lo esencial, es decir, a nuestra relación personal con Jesús de Nazaret. Esta es, sin duda, una de las causas de la hostilidad de la que es objeto por parte de algunos líderes de la Iglesia. Pero antes de pensar en el dolor de Francisco, deberíamos hacernos una pregunta: ¿Estamos dispuestos a aceptar las exigencias de una vida cristiana centrada en lo esencial, a sabiendas de que una parte indispensable de la misma es la apertura a los demás siguiendo a Jesús?
P. José Ramón Echeverría Mancho