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Isaías 55,6-9   —   Filipenses 1,20c-24.27a   —   Mateo 20,1-16a

 

“¡Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y del bochorno!” Una vez más una parábola de Jesús en el que parece burlarse de los principios de la economía e incluso de la psicología humana. Si el último va a recibir tanto como el primero, ¿de qué sirve ser puntual en el trabajo? Y sin embargo cuando nos fijamos en nuestras sociedades modernas parece que la parábola de Jesús ha producido fruto: la seguridad social se ocupa de los enfermos que no pueden trabajar y los que están en el paro reciben una compensación. Y a ello contribuimos todos con nuestros impuestos.

Hace unos años conocí en un retiro a una monja japonesa. Era sindicalista en su país en el momento de su conversión al cristianismo. “No os dais cuenta”, me dijo un día, “de la influencia positiva del cristianismo en vuestras actitudes y leyes sociales. ¡Es enorme!” Lo cual me trae a la mente otra parábola, esta vez en el evangelio de Marcos: “El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana. La semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo”. (Marcos 4,26). El Reino es ante todo la obra de Dios. Es decir que su semilla sigue creciendo, no sabemos cómo, excepto que a veces lo hace a pesar de nuestra oposición: “¿Por qué esos extranjeros que nunca han pagado impuestos”, –protestamos–, “tienen que recibir una ayuda económica a veces mayor que la de los ciudadanos desempleados? ¿Por qué los políticos nos piden frenar el aumento de nuestros salarios, que hemos merecido, para que las fábricas pueden contratar a gente joven? ¡Y eso mientras que los políticos no se merecen ni la mitad de lo que reciben! »

Obviamente nuestras críticas son a menudo justificadas, al menos en este mundo en el que vivimos. Por eso las parábolas de Jesús nos desconciertan y cuestionan tanto. Nos invitan a crear y vivir «en otro mundo»; a creer que otro mundo es posible si dejamos crecer la semilla que Dios ha plantado en los corazones de los humanos. Tal es uno de los temas favoritos del evangelio según San Juan. El papa Francisco dijo en una de sus improvisaciones que quien construye muros no es cristiano. Sin embargo, he hablado con norteamericanos católicos convencidos de que Trump tenía razón con lo del muro, puesto que había que evitar la llegada de inmigrantes ilegales. Curiosamente en la ciudad donde vivo en España hay a menudo manifestaciones en favor de los inmigrantes, “hay que recibirlos a todos”. Es un slogan demasiado fácil, ya que de hecho los inmigrantes prefieren ir a los países del Norte donde creen que encontrarán trabajo fácilmente… Me temo que si los emigrantes nos llegaran masivamente, nuestra reacción sería como la de los trabajadores de la primera hora: “¡Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y del bochorno!”

Tal vez haya aquí una lección para nosotros. Seamos realistas, no vamos a trabajar para el Reino de Dios como debiéramos. Tenemos mucho que perder. Pero tenemos que aceptar cuando Dios trabaja y crece la semilla, la sociedad despierta, surgen portavoces, algunos profundamente cristianos como el papa Francisco, otros humanistas convencidos, y ninguno de ellos son conscientes de las consecuencias de lo que están pidiendo… Y aunque todo eso nos desconcierte, tenemos que dar gracias a Dios que nos está empujando a que seamos como él, que es bueno aunque nuestra mirada proteste.

 

Ramón Echeverría, mafr


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