La dificultad cristiana, es decir, la genuinamente evangélica que evidencia Jesús a sus discípulos al reclamar “seguimiento”, no es la meramente ética o moral que habla de dominio y superación de sí mismo. Ciertamente, ya en ese aspecto su “exigencia” es radical hasta la exasperación, con su perdón incondicional, su amor al enemigo, su servicio y disponibilidad hacia los ingratos y aprovechados, que cuentan con nuestra generosidad y abusan de ella,… pero de todo eso ya había huella en las doctrinas éticas de muchos pensadores y personajes ejemplares. Lo que hace inaceptable y digno del murmullo desaprobador de sus seguidores su llamada a seguirlo, al discipulado auténtico, es la vinculación personal e íntima a él, en su vivir completamente despreocupado de las consecuencias inhumanas de su misericordia y su bondad, cuya radicalidad las hace imposibles, impracticables, ajenas a la realidad de nuestra sociedad humana. (Y eso es precisamente lo que ha llevado a algunos exegetas a situar a Jesús en paralelo con la peculiar corriente de aquellos filósofos ambulantes cínicos, paralelo que, sin embargo, no se sostiene en absoluto).
Lo suyo no es el progresivo crecimiento en el autodominio y en el nivel de exigencia que postula todo maestro de moral o ética, cosa que no constituía en definitiva nada novedoso o inesperado; sino que su modo de vida subvierte los valores de nuestro mundo como colectivo humano (y ése es el paralelo con la extravagancia de los cínicos). De ahí que la dificultad que se arguye como pretexto para desentenderse de él; o, en otras palabras más soportables y muy reales, para conformarse con “seguirle de lejos”, asumiendo de él exclusivamente aquello que puede asimilarse y digerirse (sin “ardor de estómago”, sin crear problemas “estructurales” o sociales…), de un modo estrictamente personal e individual, como simple llamada al autoperfeccionamiento y a una moral más exigente y rigurosa en austeridad y autosuperación, pero rechazando expresamente, disfrazándolo con el rótulo de “imposible”, todo lo que expresamente reclama una alternativa de vida. Esa dificultad, afirmada explícitamente por el propio Jesús, y hecha palpable y escandalosamente evidente en el transcurso y desenlace de su misma vida; dificultad tachada de insuperable para las “personas normales” a pesar de sus buenas intenciones y de su sinceros y exigentes propósitos, actúa como consuelo y como argumento convincente para no decidirse nunca al vuelco radical de “forma de vivir” que identificamos certeramente como “ideal cristiano”, sólo accesible al propio Jesús por mucho que él lo proponga claramente a los suyos.