Génesis 9, 8-15 — 1 Pedro 3, 18-22 — Marcos 1, 12-15
Después de narrar el bautismo de Jesús, Marcos, el más corto de los cuatro evangelios, añade muy brevemente: “A continuación, el Espíritu lo empuja al desierto. Tras su bautismo, Jesús no comenzó inmediatamente su obra. Se tomó una pausa, una especie de “retiro”. No es el primero que ha sentido esa necesidad, y espero que no sea el último, precisamente porque vivimos y actuamos demasiado deprisa, como si el mundo, que ha existido durante miles de millones de años, tuviera una necesidad urgente de la salvación que nuestra actuación le pudiera traer. Además, el estilo de vida actual y las telecomunicaciones hacen que estemos constantemente solicitados, y que callar, pararse, meditar… no sea siempre fácil.
Para los correligionarios de Jesús el término «desierto» podía evocar los 40 años en el desierto, cuando Israel vivió momentos de intimidad con Dios intercalado con idólatras traiciones. Históricamente, el desierto había sido a veces un refugio para los amigos de Dios, y a veces un escondite para los malhechores que huían de la justicia; un lugar de reunión con Yahveh, y de tentaciones por parte del demonio. “Dejándose tentar por Satán” y “los ángeles le servían”, es el resumen simbólico de la vivencia de Jesús en el desierto que Marcos nos ofrece hoy, y que también pudiera ser el resumen de la estancia en nuestros propios desiertos. Permitid un detalle interesante y modélico que puede interesar a quienes han vivido en Túnez: el «paso por el desierto» del gran pensador y reconocido teólogo, el jesuita Henri de Lubac (1896-1991). Acusado por el Santo Oficio de «modernismo» por uno de sus libros publicados en 1946, se le prohibió enseñar y sus libros fueron retirados de los centros de formación. Rehabilitado en la década de 1960, Pablo VI quiso hacerlo cardenal, lo que no aceptó hasta más tarde, en la época de Juan Pablo II, cuando uno podía ser cardenal sin ser ordenado obispo. Durante su paso por el desierto, fue acogido durante algún tiempo por el obispo de Túnez, antiguo alumno suyo. Fue entonces cuando publicó «Meditaciones sobre la Iglesia», libro magnífico, declaración apasionada de su amor por la Iglesia que tanto le estaba haciendo sufrir. Un ejemplo para nosotros, a quienes tanto hace sufrir la Iglesia, nuestra Iglesia, la Iglesia de la que somos miembros.
Texto completo: 1erCuaresmaB-Echeverría