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Sabiduría 12,13.16-19   —   Romanos 8,26-27   —   Mateo 13,24-43

“Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo”. Me imagino que al leer esta frase en la versión completa del evangelio de este domingo, psicólogos y artistas se sentirán en territorio familiar. Lo vivimos cada día. Lo que sentimos como más íntimo, más importante, más significativo… sólo lo podemos expresar con gestos, historias, canciones, poemas, esculturas y pinturas… Jesús nos lo transmite con parábolas, la parábola de la cizaña, del grano de mostaza, la de levadura que aumenta la masa…

Meditando la parábola de la cizaña, he pensado en Karl Jung, psicólogo suizo fallecido en 1961, y en Pierre Grillou, que ese mismo año, en nuestra casa de espiritualidad en Gap nos decía: “Conoceos bien a vosotros mismos. Después de los cuarenta apenas si cambiaréis y tendréis que vivir toda vuestra vida con vosotros mismos, con vuestras virtudes y defectos”. Jung había sido más positivo cuando invitaba a aceptar y amar esa «sombra» que será siempre parte esencial de nuestra personalidad. Y es que la parábola de la cizaña también se aplica a cada uno de nosotros, a nuestra realidad más íntima. Hasta tengo la impresión, leyendo los evangelios, que según Jesús no podré aceptar y amar a los demás tal como son, si no me acepto y me amo a mí mismo. Un adulto equilibrado es alguien que vive pacíficamente sus propias contradicciones. Jesús, para que seamos espiritualmente adultos, nos recuerda a menudo que Dios nos ama tal como somos, y no como nos gustaría ser o aparecer.

La parábola de la cizaña me recuerda también una escena en Lucas 9: 52-56. Jesús regaña a Santiago y Juan, que querían que cayese fuego sobre una aldea de Samaritanos que no había acogido a Jesús. Traducido a nuestra forma de hablar, podríamos decir que Jesús se opone al juicio demasiado rápido e irreversible de los dos discípulos que no aceptan lo complejo de la situación. Porque entre judíos y samaritanos la enemistad era mutua, desde muy antiguo, hasta el punto que en otra escena, esta vez en el evangelio de Juan, los discípulos se asombran de que Jesús hable con una samaritana.

Siempre a propósito de la cizaña, los educadores constatan que es a partir de su sexto o séptimo año que el niño comienza a asumir los prejuicios de su entorno, a ver la viga en el ojo del vecino, a querer arrancar la cizaña, y, una vez adulto, a hacer suya varias veces al día la oración del fariseo en Lucas 18: Señor Te doy gracias porque no soy como los otros…

Como en los otros domingos, la primera lectura ha sido escogida para ayudar a comprender mejor el evangelio. Se trata este domingo del libro de la Sabiduría, escrito en griego, probablemente por un judío de Alejandría, en Egipto, treinta años antes del nacimiento de Jesús. El libro encarna al mismo tiempo el deseo de presentar la fe judía en la lengua y el contexto cultural griegos, y la aportación de ese entorno cultural a una mejor y más adecuada expresión de esa misma fe. Nuestra situación hoy en día no es muy diferente de la del autor del libro de la sabiduría. Y después de meditar sobre la cizaña podemos asumir su conclusión en la lectura de hoy: “Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento”.

 

Ramón Echeverría, mafr


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