Jeremías 20, 10-13 — Romanos 5, 12-15 — Mateo 10, 26-33
Primero unas notas acerca del evangelio de este domingo.
Jesús habla aquí un poco como tantos sabios que se encuentran en todas las civilizaciones y tradiciones religiosas. Estos nos invitan a menudo a observar el presente a partir de un futuro que es mucho más vasto y complejo que el nuestro personal: «Puesto que la muerte nos quitará todo, no quieras ser el hombre más rico del cementerio». «Mejor no comenzar la guerra que pedir la paz.» Y así hoy Jesús: “No tengáis miedo a los hombres porque no hay nada cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue saberse”. Para Mateo, cuyo evangelio nos acompaña los domingos de este año litúrgico (Año A), Jesús Qohelet y Job. Excepto que no debemos olvidar lo que nos dice San Pablo: con su muerte en la cruz, Jesús zarandea y revoluciona tanto la sabiduría tradicional de los judíos como la más intelectual de los griegos.
Un segundo punto puede ayudarnos a captar mejor las palabras de Jesús de este domingo. Mateo escribió su evangelio para comunidades compuestas en buena parte por judíos cristianos. Y tras la destrucción de Jerusalén por los romanos en el año 70, los judíos comenzaron a desconfiar cada vez más de sus correligionarios que se habían hecho cristianos. Empezaron a expulsarlos de las sinagogas. Y de ahí las palabras que Mateo atribuye a Jesús: “Si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”. “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo”.
Un tercer punto me parece importante. Desde el punto de vista de su fe, los judíos tenían razón al desconfiar de los cristianos. Al proclamar éstos que en Jesús sus discípulos habían encontrado a Dios, parecía que cuestionaban las formulaciones estrictamente monoteístas de sus antepasados. Y eso aunque en la práctica, la apertura cristiana hacia los paganos y la insistencia paulina de que Jesús nos quiere libres, fueron sin duda las causas inmediatas que llevaron a la confrontación y la lucha.
¿Y en la actualidad? Tengo a menudo la sensación de encontrarme en los tiempos de Mateo y Pablo. Salvo que hoy una especie de materialismo práctico y a corto plazo ocupa el lugar de la sabiduría griega, y una sofocante institucionalización de la religión es el equivalente de lo que Pablo llamaba sabiduría judía. Constato también lo difícil que me resulta no pensar y actuar como hijo de mi tiempo, tan materialista, y de mi iglesia tan fuertemente institucionalizada… Constato también que a menudo me olvido de que es del lado de Jesús, y de nadie más, que tengo que ponerme ante el mundo y ante mis correligionarios…
Coincidencia, escribo estos pensamientos un 22 de junio, fiesta de Santo Tomás Moro (1477-1535). Tomás Moro era consciente de que se encontraba, aún más que nosotros, entre la espada y la pared. Julio Medici, hijo ilegítimo de Juliano Medici y padre a su vez de Alejandro Medici, era papa en Roma bajo el nombre de Clemente VII. Era ante todo un mecenas y un político, siempre en busca de alianzas militares contra Carlos V. Por otra parte, en Londres, Enrique VIII quería convertirse en jefe de la iglesia, y poder así formalizar su divorcio de Catalina de Aragón y casarse con Ana Bolena. Tomas Moro, persona muy culta y buen conocedor de las realidades de su tiempo, hubiera querido permanecer fiel tanto a Roma como a su rey, del que era Canciller. Pero buscaba ante todo ser fiel a Jesús. Murió decapitado el 6 de julio de 1535. “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo”.
Este domingo los musulmanes terminan el mes de Ramadán. Rezamos en comunión con ellos Y en especial con aquellos que entienden que el Islam está ante una encrucijada histórica, y ellos mismos se sienten “atrapados entre la espada y la pared”.
Ramón Echeverría, mafr