| Francisca Abad Martín
A finales del siglo XV viene al mundo un hombre providencial dotado de las más excelentes cualidades: Escritor prolífico, excelente orador, sacerdote intachable, incansable peregrino de la Palabra de Dios, que habría de llegar a ser el Patrón del Clero español y Doctor de la Iglesia.
Se llamaba Juan de Ávila y había nacido el 6 de enero de 1499, en Almodóvar del Campo (Ciudad Real), hijo de Alfonso de Ávila y de Catalina Gijón. Su padre poseía unas minas de plata en Sierra Morena que le proporcionaban bastantes ingresos, lo cual le permitió mandar a su hijo a estudiar Derecho a Salamanca, pero al joven esto no le gustaba y a los 4 años lo deja y regresa al hogar y allí en una cueva de la casa, se dedica a la oración y a la penitencia. Esta cueva, convertida en capilla, conserva todavía algunas reliquias del santo.
Por consejo de un P. franciscano marcha después a Alcalá de Henares, a estudiar Teología. Allí mantiene contactos con grandes figuras de la Iglesia, como Domingo de Soto o Francisco de Osuna y probablemente con Ignacio de Loyola. Ordenado sacerdote a los 25 años, regresa a su pueblo a celebrar su primera Misa, ofreciéndola por sus padres, ya fallecidos. Después vende todos sus bienes y los reparte entre los pobres, para dedicarse después a su tarea evangelizadora.
Su primera intención es irse de misionero a lo que ahora es México, pero el arzobispo de Sevilla, Alonso Manrique, le hace desistir de esta idea, al señalarle la prioridad que tenía Andalucía de ser evangelizada por misioneros como él, que fueran por los pueblos y ciudades convirtiendo a las gentes.
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