«El texto de Francisco es provocativo y da mucho que pensar»
| Macario Ofilada Mina
Escribo desde Filipinas, donde yo vivo. Escribo en la lengua heredada de mis ascendientes para construir puentes, ya que el castellano ya no se habla en estas islas. Escribo como estudioso pero sobre todo como hombre de ‘carne y hueso’, frase aprendida por mí en fecha temprana de Unamuno, pensador cordial.
Pascal, para mí, es ante todo pensador cordial. Lo leí por vez primera durante la carrera en Manila, en la que no se hablaba mucho de él pero sí lo encontré en una antología de filosofía, en la sección de Teología Natural o Teodicea. La selección versaba sobre la apuesta por Dios, por su existencia. Desde entonces me parecía cardíaco. No muy riguroso como las ‘Quinquae Viae’ Aquinatenses muy incomprendidos incluso entre los docentes de mi alma mater manileña. Pero siempre he pensado que Pascal tenía garra. Y mientras avanzaba el tiempo leía más de su obra, acompañado por grandes comentarios y estudios.
Ahora el papa nos ha regalado una perla sobre una joya de filósofo. Llama la atención su crítica a la escuela jesuítica, mencionando a la de Molina, muy discutida en mi alma mater salmantina.
Decía que yo escribía para construir puentes y que tanto Pascal como Unamuno son pensadores cordiales. Estos tipos son al parecer dualistas que en vez de construir puentes, dividen, hablan de coordenadas que no se reconcilian. Levantan muros, siembran sentimientos incordiales. Yo, como estudioso de los místicos (desde aquella tesina sobre la mística taoísta), detesto estas divisiones. Prefiero la unión, la comunión, la integridad. Mi interés por la mística, desde la filosofía y la teología, ha desembocado en la espiritualidad que, por de pronto, es camino de integridad.
Me acuerdo de cuando acababa de enterar, desde una distancia física, de la enfermedad de mi madre, un amigo me citó en francés un texto de Pascal, mientras me llevaba en su coche a Ávila (capital mundial de la mística cristiana a mi modo de ver), en que se hablaba de esta dualidad antropológica, entre razón y corazón. Pero yo intuía algo en Pascal. Algo que no acabo de encontrar en Unamuno. Algo más allá de lo aparente, una preferencia por la unión, por la fuerza unificadora.
Confieso haber tardado en reconocer que la última categoría, el corazón, es en realidad principio de unidad, punto de encuentro, partida hacia la integridad. Hacían falta muchas vueltas, muchos viajes de regreso a los textos. Mas cada vez que regresaba en el fondo de las palabras (leídas en francés, español e inglés) esto lo intuía. Y ahora esta carta apostólica del papa me lo ha confirmado a pesar de su título que ya indica un dualismo insuperable: sublimidad y miseria humana.