Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo — 14 junio 2020
Deuteronomio 8,2-6.14b-16a — 1 Corintios 10, 16-17 — Juan 6, 51-58
A veces, el cambio y la popularización de una palabra empobrecen la realidad de lo que uno tenía la costumbre de describir o evocar. En el pasado, los cristianos «proclamaban» el «Símbolo de los Apóstoles», hoy lo que hacemos es sólo «recitar» el «Credo». ¡Qué pena! La palabra «símbolo» («simbolizar», «simbólico») ha aparecido a menudo en estos comentarios del Evangelio. «Sacramentum» (de ahí el término «sacramento») es su equivalente en latín. Proviene de un verbo griego que significa «ensamblar», «reunir». Se trata de objetos, gestos o palabras que «reúnen» realidades o personas, cuyo misterio, misterio que nunca desaparece del uno para con el otro, debería haberlas mantenido separadas. Los símbolos sustentan la vida cotidiana de nuestras relaciones interpersonales y sociales. A nosotros los cristianos, proclamar juntos el Símbolo de los Apóstoles nos ayuda a hacernos Uno, sin que desaparezca nuestra rica diversidad. También se puede decir que las tres fiestas que la liturgia coloca al final del período pascual tienen una fuerte carga simbólica. El próximo viernes celebraremos el «Sagrado Corazón de Jesús», siendo el «corazón» humano uno de los símbolos más universales («Te amo con todo mi corazón»). El domingo pasado celebramos al Dios «Uno y Trino», del que los vocablos «Padre», «Hijo» y «Espíritu» nos ayudan a vivir en comunión con un Dios que se presenta como el modelo supremo de unidad en la diversidad. Hoy celebramos «El Santo Sacramento [es decir, el Santo Símbolo] del Cuerpo y la Sangre de Cristo.» ¿Cómo nos ayuda este símbolo? ¿De qué unidad es instrumento?
Texto completo: Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo-Echeverría