

Es una mañana como tantas otras en el barrio 24 de Julho de Mopeia, y nada hace presagiar que vaya a ocurrir algo inusual. Apenas viven aquí un puñado de las 150.000 personas del distrito, repartidas en una extensión de campo de unos 8.000 kilómetros cuadrados que conforman una de las zonas más remotas e inaccesibles de la provincia de Zambezia, en el corazón de Mozambique.
El centro urbano más próximo se halla a menos de una hora en coche de este paraje de cultivos de maíz, anacardo y arroz salpicado de viviendas de cañizo por el que se deja ver algún animal doméstico, quizá un cerdo o unas gallinas, vecinos en bicicleta, mujeres transportando agua o machacando mijo con el mortero y multitudes de niños jugando porque es sábado y no hay cole.
De repente, una polvareda y el ruido de un motor rompen el silencio. Por el horizonte se dibuja un todoterreno blanco que se dirige en línea recta hacia la casa del señor Balança Manuel Sande, vecino previsor que ya lo estaba esperando sentado a la sombra de su porche. Hoy habrá novedades en el barrio, después de todo.