La poesía ha cruzado los umbrales del tercer milenio con más salud que nunca. Sigue siendo una experiencia minoritaria, pero hay más poetas y más lectores que en ningún otro momento de la historia.
Vivimos un especial momento para la poesía. Con grandes creadores (y, sobre todo, grandes creadoras) y con muy competentes lectores (también, en su mayoría, lectoras). El acento femenino (también presente en ese arquetipo “anima” que según Jung debe estar en lo masculino, para evitar su desmesura) será uno de los grandes impulsos para la nueva poesía que comienza a esbozarse.
Más allá de nombres y textos concretos, deseamos reflexionar sobre la importancia (también terapéutica) de la poesía en el siglo XXI, en un momento de encrucijada en el que necesitamos más que nunca la palabra. Una palabra que tienda hacia horizontes de verdad, de bondad y de belleza. Que resuene y nos transforme.
Poiesis (ποίησις, pronunciado “poíesis”) significa en griego “creación” o “producción”, inicialmente con un sentido general (“producir alguna cosa que antes no existía”). Con el tiempo fue aplicándose específicamente a la creación verbal estética (“poesía” en sentido estricto), especialmente en verso, pero también en prosa, como evidenció Emilio Lledó en su libro El concepto “Poíesis” en la filosofía griega.
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Esta es la gran cuestión de la creación poética del siglo XXI: no seguir echando vino nuevo en odres viejos; impulsar nuevas formas de pensar, nuevas formas de sentir y de actuar para un nuevo horizonte humano, para una nueva civilización planetaria, para un inevitable proceso de transhumanización.