En tono jocoso solemos decir que una fórmula casi infalible para no discutir y llevarse bien con quienes compartimos el día a día consiste en dar siempre la razón y decir “sí” a todo; y luego hacer lo que nos da la gana ignorando lo que se nos había dicho… es decir, mentir impunemente y además regodearse en la mentira… Más allá de lo vergonzosamente sarcástico y caricaturesco de tal actitud y de la inconsciencia e irresponsabilidad con que la expresamos, lo cierto es que tal comportamiento, llevado al extremo en su literalidad, se convierte en el colmo del egoísmo y de la desconsideración al prójimo, incluso en indicio de un larvado desprecio o una insensatez patológica… Pero incluso en su expresión más superficial e “inocente” resulta intolerable, y revela una actitud de desentenderse y desatender “al otro”, a quien es nuestra hermana o nuestro hermano, con una actitud egocéntrica de superioridad y de atención preferente a hacer siempre nuestra voluntad sin tomar en cuenta a los demás, a los que “oímos sin escuchar” y ninguneamos en la medida en que sus deseos, necesidades o peticiones no coinciden con nuestros planes, proyectos o intereses. Hay otra variante de esta misma opción, que consiste simple y llanamente en “hacerse el sordo” descaradamente pretendiendo ignorar lo que se oye…
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